Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Hace unos días me preguntaba si la extrema agresividad de
Estados Unidos que mantiene en vilo la estabilidad del sistema internacional
era expresión de fortaleza o de debilidad de la potencia imperial. Al respecto
afirmaba que la respuesta a tal pregunta arrojaría luces respecto de los
escenarios de futuro que es posible esperar.
La historia enseña que el proceso de decadencia y caída de
los grandes imperios que han existido a través de la historia guardan ciertas
similitudes independientemente de la época que han ocurrido, la fase del
desarrollo de la humanidad en que se produjeron y los grados de avance
tecnológico existentes en el momento histórico de su transcurso hacia el
declive definitivo después de vivir largos períodos de auge que hacían suponer
su eternidad hegemónica.
En la modernidad, tal desenvolvimiento se ve magnificado por
la acción de los poderosos medios de transmisión de noticias que son capaces de
fabricar circunstancias, contextos y situaciones que entrañan realidades
emanadas de la ficción, a tal punto que la Academia Española de la Lengua ha
aceptado como válida una nueva palabra para describirlo: “posverdad” definida
como una distorsión preconcebida de la realidad, con el objetivo de implantar y
modelar la opinión pública a fin de ejercer
influencia en las decisiones que la ciudadanía tome en materia política y
social, en condiciones tales que los hechos objetivos pierden predominio, toda
vez que las emociones y creencias personales pueden ser configuradas
mediáticamente.
Esto pretendería extender a las ciencias sociales, un
principio de la física cuántica que establece que es posible que dos personas
puedan obtener resultados antagónicos al observar la misma realidad, de lo que
se concluye que es posible que coexistan más de una realidad al percibir un
mismo fenómeno. Este fundamento permite a los medios informativos construir
realidades propias e incluso falsas y transformarlas en verdades, a través de
la manipulación de la psiquis de los individuos. Poco importa que a posteriori
se demuestre la falsedad de la información dada a conocer. El cerebro humano ya
habrá grabado la primera revelación, sabiendo que se han estudiado métodos a
través de los cuales el desmentido -si se hiciera- pasa a ser irrelevante ante
la fuerza con que se hizo público un acontecimiento que no necesariamente ha
ocurrido. El daño ya está hecho.
Como opina el sociólogo español Miodrag Borges, experto en
neuromarketing, neuropolítica y comunicación “… a partir de 2012, el
neuromarketing se convertiría en la base de los estudios políticos vinculados a
las estrategias de campaña”.
Borges cita al doctor Matthew Sauvage, de la Universidad
George Washington de la capital estadounidense quien elaboró una tesis doctoral
sobre neuromarketing político en la que señala que las campañas políticas
dependen de datos e información precisa sobre los votantes, incluyendo sus
gustos e intereses, sabiendo que de esa manera es posible captar mejor al
público y trazar estrategias ganadoras.
En estas condiciones, el neuromarketing se convierte en un
instrumento de valor superlativo porque “permite añadir una capa extra de
información para analizar aspectos tales como anuncios de televisión o los
discursos. En lugar de preguntar a alguien sobre sus pensamientos acerca de un
candidato o un anuncio de televisión utilizando por ejemplo un grupo de
discusión, se mide cómo reacciona su cerebro, de manera que se puede acceder a
ideas sin sesgo, acerca de cómo la persona
realmente reacciona a esos estímulos”
En la actualidad, nociones como el éxito del capitalismo, la
invencibilidad de Estados Unidos, su superioridad científica y tecnológica, las
óptimas condiciones de vida de su sociedad, la imperiosa necesidad de adoptar
sus usos, costumbres, hábitos y gustos, su hegemonía militar, el predominio de
su cultura, valores y principios y la preeminencia de su sistema político hacen
suponer a buena parte de la humanidad que el triunfo de la potencia
norteamericana es irreversible y eterno y que no existe alternativa válida para
construir un mundo mejor. Estas ideas han estado siendo sembradas durante años
en el cerebro de los ciudadanos, sin que tengan la mínima percepción de ello,
por tanto no pueden reaccionar porque llanamente piensan que “eso es así” y no
tiene posibilidad de modificación.
El problema para Estados Unidos es que esto ha comenzado a
cambiar, en tanto se empieza a manifestar cierta superioridad económica,
científica, tecnológica y militar de China y de Rusia, lo cual está
configurando el eje principal de la conflictividad global actual. El trance
generado por Estados Unidos contra la empresa china Huawei es la expresión más
reciente y clarificadora de esta situación.
Más allá de la sensación de victoria que se pretende
mostrar, el capitalismo no se puede adjudicar éxitos que avalen tal situación.
En el mundo de hoy, 821 millones de ciudadanos pasan hambre, es decir el 12,9%
de la población mundial; 1100 millones viven en condiciones de extrema pobreza
y 2.800 en situación de pobreza, 14,5 y 36,8% de la población mundial
respectivamente. La nutrición deficiente es la causa de muerte del 45% de los
niños menores de 5 años, 3.1 millones de niños mueren anualmente por esta
causa, 8.500 por día; 66 millones de niños asisten a clase con hambre en los
países subdesarrollados. Según la Unicef se necesitan 3.2 mil millones dólares
para solucionar este problema, un poco menos que lo que cuesta un destructor de
los 64 que tiene la Armada de Estados Unidos a fin de desparramar muerte por el
mundo.
Así mismo, 2.100 millones de personas no tienen acceso a
agua potable y 4.000 millones (más de la mitad de la población mundial) carece
de saneamiento seguro según la OMS y la Unicef; 264 millones de niños no
asisten a la escuela. Todas estas cifras no consideran que según la Unesco en
el mundo hay alrededor de 350 millones de personas que no existen, es decir que
no tienen ningún tipo de registro de su vida, por lo tanto no son sujeto de
estadísticas. ¿Puede entonces considerarse que el sistema económico que rige el
planeta es justo? Y que es un éxito que se debe sostener y extender, cuando se
sabe que en el planeta existen los recursos necesarios para que todos los
habitantes del globo tengan sus necesidades básicas resueltas y su porvenir de
vida se inscriba en los ideales que la humanidad ha trazado para todos, no sólo
para una minoría
Sin embargo, cuando uno observa el gasto militar de Estados
Unidos, es fácil concluir que la solución de los problemas de la humanidad no
es de su interés. Hace solo unos días se dio a conocer el presupuesto que el
presidente Trump envió a la Cámara de Representantes para el año 2020. En esta
propuesta, la Casa Blanca está pidiendo un recorte en el nivel general de
gastos no relacionados con la defensa en 5% el próximo año por debajo de los
límites de gastos federales actuales, una reducción de casi 30.000 millones de
dólares, de la misma manera pide que el gasto militar sea aumentado en un 4,7%
a 750.000 millones de dólares, en comparación con los 716.000 millones de
dólares de este año. Es evidente que Estados Unidos pretende salir de la crisis
mediante la guerra, la agresión y el conflicto, de lo que se deduce que su
voracidad imperial crecerá aún más en los próximos años.
Toda vez que los recortes en este presupuesto, incluyen los
gastos del departamento de Estado, hasta altos mandos militares retirados de
las Fuerzas armadas de Estados Unidos entre los que se incluyen a los ex
generales David Petraeus y Anthony Zinni y al ex almirante James Stavridis
consideraron que poner el énfasis en el Departamento de Defensa y menospreciar
el trabajo del Departamento de Estado, “socava la seguridad y el liderazgo de
Estados Unidos” Aducen que solos los militares no pueden garantizar la
seguridad del país, por lo que hicieron un llamado al Congreso a proteger el
financiamiento del Departamento de Estado. Por supuesto, no hicieron ninguna
alusión a las reducciones para salud y educación ni para cooperación
internacional, asuntos que no son de su interés.
En términos de mirada estratégica esta visión de los
militares, que sin duda refleja la opinión de los que están activos y no pueden
hacer consideraciones política de manera pública porque la ley se lo prohíbe,
refleja la preocupación suprema de uno de los principales sostenes del poder
imperial, del se están alejando por la manera errática e improvisada en que
están siendo dirigidos por una camarilla tan extremista que incluso -desde su
opinión- pone en riesgo la seguridad de Estados Unidos.
No obstante, en términos económicos la idea de que Estados
Unidos pueda superar su crisis económica no pasa de ser una quimera, con todas
las repercusiones que ello tiene para la estabilidad del sistema internacional:
apreciar que la economía de Estados Unidos se puede apuntalar en el mediano
plazo, parece bastante incierto. En lo inmediato hay que recordar que durante
su campaña electoral Trump prometió que eliminaría la deuda interna antes de
concluir su cargo al frente de la administración de su nación, pero la
propuesta de presupuesto que acaba de entregar al Congreso proyecta que la
deuda nacional se incrementará a 31 billones en 10 años, así mismo expandiría
el déficit del presupuesto federal a 1.1 billones de dólares en el próximo año
fiscal, al tiempo que exigiría equilibrar el presupuesto para 2034 al
conjeturar que la economía podrá crecer más rápido de lo que la mayoría de los
economistas anticipan.
En este sentido, vale decir que como nos recuerda Armando
Negrete, académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM de
México, la economía estadounidense viene manifestando una tendencia a la baja
en el ritmo de su crecimiento desde la década de los sesenta del siglo pasado.
El investigador mexicano explica que en 1984, la economía estadounidense creció
a nivel del 6%, pero fue la última vez que lo hizo, sin poder sostener ese ritmo
ni un solo año, al contrario, desde 1980 cuando liberalizó los mercados, su PIB
per cápita creció 1,61% anual y apenas 0,6% desde la crisis de 2007. Vale decir
que en ese mismo período de 40 años, China creció a un promedio de 9,6% anual.
Desde ese mismo año 1980 el saldo comercial de Estados
Unidos ha sido deficitario de forma creciente, sobre todo porque ante el
proceso de desregulación de mercados, apertura comercial y ampliación de las
finanzas internacionales, las grandes empresas transnacionales estadounidenses
optaron por desarrollar un gran ciclo de conexión productivo en el que a
Estados Unidos solo le correspondió ser el consumidor final, generando una
dinámica de sobre consumo de bienes que no produce, por lo que sus importaciones
son mucho mayores que sus exportaciones, erigiendo un mercado interno en el que
la demanda es mucho menor que la oferta, todo lo cual ha conducido a un gran
déficit en su balanza comercial a lo cual Trump le ha encontrado falsas
explicaciones que pretende resolver con sanciones y aumentos de aranceles, sin
embargo al cierre de 2018 y después de un año de guerra comercial con China, el
déficit comercial de Estados Unidos aumentó, al mismo tiempo que los
consumidores de ese país tuvieron que pagar 4.4 mil millones de dólares por
efecto del aumento de los aranceles a China, lo cual hace patente que tampoco
esta guerra la están ganando.
Al respecto, Negrete afirma que la dinámica emprendida por
Estados Unidos:”… deslocalizó la producción estadounidense hacia países con
mayores niveles de productividad y menores costos, generó un aparato interno
industrial/productivo menos competitivo y provocó una caída sostenida en la
productividad del trabajo manufacturero.
De manera contraria, China, mediante su política de apertura comercial
planificada y el establecimiento de zonas francas industriales, desde 1980,
atrajo esas cadenas productivas manufactureras hacia sus costas y promovió su
integración al mercado mundial desde la esfera de la producción industrial con
capital estadounidense, esencialmente, pero también europeo”.
Este diagnóstico puede arrojar algunas luces sobre la crisis
actual y la situación objetiva de Estados Unidos para intentar salir de ella
hacia adelante, lo cual –con el paso del tiempo- se ve más improbable en tanto
su papel como potencia hegemónica ha comenzado el declive. Lo cierto es que la
crisis de su economía es estructural en tanto manifiesta déficit comerciales
crecientes, baja productividad y un exiguo crecimiento, a lo que suma una profunda
crisis política y moral que obligó al sistema a buscar a un outsider que los
salvara tras el agotamiento de soluciones en los márgenes del establishment. La
recurrencia de Trump a sectores tan atrasados y retrógrados, que rayan en el
fascismo, como forma de solución de los problemas, muestra una vía que
probablemente establezca la realidad emanada del twitter presidencial como
verdad absoluta, pero que en los hechos está distante de una autenticidad que
permita salir de la crisis aunque los medios digan lo contrario.
Así como el revanchismo buscó a Hitler para que sacara a
Alemania del marasmo de la crisis económica de la tercera década del siglo
pasado y de la humillación de la derrota en la primera guerra mundial, hoy la
estructura del poder real en Estados Unidos ha encontrado a Trump para que los
salve de la inercia del fracaso de la unipolaridad post guerra fría y del
fiasco de su política económica en los últimos 40 años, todo lo cual conduce al
fin de la hegemonía que han sostenido por los últimos 120 años.
sergioro07@hotmail.com
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