Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
En agosto de 2010, cuando Álvaro Uribe dejaba la presidencia
de Colombia, escribí un largo artículo titulado “Adiós Uribe o un nuevo fracaso
de la política imperial contra Nuestra América”. Finalizaba así: “Colombia y su
gobierno han asumido el papel preponderante en esta armazón imperial que se
propone retrotraer los procesos soberanos que llevan adelante nuestros pueblos.
A ello debemos oponer la unidad y la integración del sur para construir un
sólido bastión que impida la embestida estadounidense y aísle los ánimos
intervencionistas. Uribe se fue, pero el imperio perseverará en su política.
Contará siempre para ello con la oligarquía colombiana, y sus representantes de
turno porque sus intereses –a través de la historia- siempre han coincidido con
los de Estados Unidos. Este nuevo y más reciente conflicto creado por el ex
presidente Uribe ya cuando fenecía su gobierno se inscribe en la permanente
posición mantenida por Estados Unidos contra nuestros pueblos…”
Hoy, ocho años después, podríamos repetir casi textualmente
lo apuntado en esa ocasión, pero ahora referido a Juan Manuel Santos quien se
marchó de la más alta magistratura del país vecino de la misma manera que su
antecesor: derrochando odio y atacando a Venezuela. Es como si los presidentes
colombianos necesitan dar examen de “buena conducta” para que al perder la
inmunidad de la presidencia, que les permite hacer cualquier destrozo sin
sufrir las secuelas, el imperio les conceda “un rinconcito en sus altares” como
dice Silvio Rodríguez.
Lo cierto es que más allá del aborrecimiento y la
animadversión que la oligarquía colombiana (de la cual Santos y su familia son
miembros conspicuos) ha sentido por Venezuela desde hace 200 años, Juan Manuel
ha dejado la presidencia despreciado y rechazado por sus propios compatriotas,
incluso en niveles más bajos que sus cuatro antecesores. Según encuestas
publicadas por BBC Mundo, el rechazo a Santos en el momento de entregar su
cargo ascendió a 61% de acuerdo a Invamer/Semana, mientras que para Gallup es
de 59%, aunque habría que decir que esa cifra hace cuatro meses llegó a 73%. Su
aprobación el martes 7 cuando abandonó el poder fue de solo 35% después de
haber llegado al gobierno con 83%, lo cual es expresión clara del repudio que
le profesan los colombianos. Vale decir que hasta Andrés Pastrana, uno de los
presidentes más grises de las últimas décadas tuvo menor desaprobación con 54%.
Santos se va, pero deja tras sí una impronta de muerte que
es muy difícil de borrar. Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, entre el
1° de enero de 2016 y el 3 de agosto de 2018 han sido asesinados 333 líderes
sociales y defensores de derechos humanos en el país. Por su parte, el
Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y el programa no
gubernamental Somos Defensores registran más de 400 asesinatos en el mismo
período. En lo que sí armonizan los datos de estas entidades es que desde la
firma del Acuerdo de Paz entre las FARC y el Gobierno de Colombia en 2016, la
cifra de asesinatos se ha elevado de manera alarmante.
Solo en el mes de julio del presente año, el último del
mandato de Santos, se contabilizan 30 líderes sociales asesinados, entre los
que se destacan miembros de Juntas de Acción Comunal, militantes de la
oposición política, excombatientes de las
FARC, reclamantes de tierras, activistas que lideran programas de
sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, defensores de derechos humanos,
docentes del sector público, campesinos, indígenas y afrodescendientes.
Santos se va, seguramente a disfrutar de su premio Nobel de
la paz, el mismo que Estados Unidos le compró en Noruega como pago por haber
invadido militarmente a Ecuador cuando era ministro de defensa en 2008, por el
asesinato de centenares de colombianos y por haber incorporado su país a la
OTAN, tres claras acciones a favor de la paz según el desprestigiado comité que
regala ese premio.
Santos, se va, pero dejó ya en el año 2015, 4.770 niños
wayuu muertos por hambre y desnutrición en la Alta Guajira según cifras entregadas
en su momento por Javier Rojas Uriana, representante legal de la Asociación de
Autoridades Tradicionales Indígenas Wayuu Shipia Wayuu. Solo en lo que va de
este año 2018, han muerto 321 niños por desnutrición según el defensor del
pueblo Carlos Negret: “…no existe ningún departamento de Colombia donde no
existan niños que hayan muerto por desnutrición.
Se va Santos, pero queda el déficit que dejó en el sector
educativo que asciende a 600 mil millones de pesos (alrededor de 204 millones
de dólares), cifra que según la Federación Colombiana de Educadores (FECODE)
podría duplicarse antes de finalizar este año, todo lo cual ha significado que
en este momento 1.446.295 niños se encuentren fuera del sistema educativo.
Se va, Santos, pero ahora va a tener que enfrentar algo,
esta vez nefasto para él: la guerra contra Uribe, tarde se dio cuenta, por lo
que inició el contra ataque moviendo sus fichas dentro del Estado a fin de
incriminar a su antecesor en alguna de las decenas de acusaciones ante la
justicia que tiene pendientes. Pensaba que de esa manera, podría negociar una
salida decorosa que significara la impunidad para los dos.
Pero el expresidente Uribe no cree en reconciliaciones, el
mismo día del cambio de gobierno desplegó un anuncio pagado en todos los medios
de comunicación impresos, titulado “La herencia de Santos”, en el que a
continuación se enumeran decenas de hechos y situaciones que desenmascaran el
supuesto paraíso santista. OJO amigo lector, esto no fue publicado por el
gobierno de Venezuela, sino por el Centro Democrático de Uribe, que algo debe
saber de estos temas. En el mencionado afiche se puede leer que Santos dejó un
país:
1. Nadando
en coca y con problemas de drogadicción.
2. Sin
desarrollo social.
3. Con su
economía deteriorada y saturada de impuestos.
4. Sin la
revolución de la infraestructura prometida.
5. Con la
salud en cuidados intensivos.
6. Con mayor
burocracia.
7. Con
corrupción y derroche.
8. En manos
del crimen organizado.
9. Con otra
imagen.
Cada uno de estos puntos está ampliamente desarrollados
puntualizando con detalles lo que se quiere demostrar, lo cual evidencia que
los ataques de Santos a Venezuela son solo una cortina de humo, en el intento
de escabullirse de la justicia que ahora lo perseguirá por los escándalos de
Odebrecht y otras “cositas” se estarán investigando.
No es de Venezuela, de la que tiene que preocuparse Santos,
finalmente el gobierno venezolano es respetuoso de las decisiones que cada país
tome, incluyendo si esto tiene que ver con juzgar a un presidente por corrupto,
serán las autoridades colombianas y la justicia de ese país, la que resuelva
qué hacer.
Por eso, ante los hechos acecidos en Caracas el pasado 4 de
agosto, Venezuela ha actuado en el marco del derecho internacional y ha acudido
al nuevo gobierno de Colombia para que no cargue con las responsabilidades de
Santos, solicitando la entrega de los participantes en el hecho terrorista, que
se encuentran viviendo en ese país.
El comunicado oficial del gobierno de Santos sobre este
atentado terrorista es que ese día, él se encontraba en el bautizo de su nieta
Celeste. Alguien se encargó de recordar como casualidad que Michael Corleone en
la película “El Padrino II”, ordenó asesinar a sus enemigos, mientras él estaba
bautizando a su sobrino…claro, estaba hablando de una película, en todo caso,
le deseo a Celeste, salud y una vida luminosa, la misma que su abuelo intentó
negarle a los niños venezolanos por 8 años.
Adiós Santos, como es habitual con los de tu calaña, es probable
que corras a refugiarte en Estados Unidos, como todos los tránsfugas de este
continente que buscan el abrigo imperial tras realizar sus tropelías en el uso
del poder. Lamentablemente para ti, no podrás encontrarte con tu amigo
Martinelli, ya Estados Unidos se lo entregó a Panamá, como hacen a veces los
amos, cuando los lacayos ya no le sirven. Cuídate mucho allá en el norte, no
vaya a ser que tengas una sorpresa similar.
sergioro07@hotmail.com
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