Por Carolina Vásquez Araya:
Los libros son pequeños universos en donde a veces nos
perdemos.
Algunos de los recuerdos más poderosos de mi infancia tienen
que ver con libros. Nací en una casa en donde abundaban y de padres cuyas
preocupaciones, muy alejadas del contenido de las lecturas de sus hijas, nos
daban total libertad; por eso, quizá, pude encontrarme con autores como
Dostoievski a una edad ridículamente corta. Por eso también me adentré en un
mundo fantástico en donde –aun sin comprenderlo- tuve contacto íntimo con las
infinitas rutas del lenguaje, una aventura capaz de marcar mi vida para siempre.
Los libros me han acompañado desde entonces y tengo algunos
tan antiguos como para deshacerse entre mis manos; pero son tesoros capaces de
cambiar no solo un estado de ánimo, sino también una perspectiva de la vida y
eso los convierte en un recurso valioso para comprender y afrontar los desafíos
de nuestro entorno. ¿Cómo, entonces, vivir sin ellos? Sin embargo, millones de
niñas, niños y adolescentes apenas tienen contacto con algún texto escolar de
mínima calidad y habitan en aldeas y pueblos en donde una biblioteca es un lujo
desconocido.
En el transcurso de mi vida he comprendido que aprender a
leer y escribir nunca es suficiente, es apenas el inicio de un ejercicio de
comunicación vital para el desarrollo humano. Por ello, privar de educación y
de lecturas de calidad a la infancia es un pecado político muy caro, porque
aquellas naciones en donde la niñez carece de oportunidades y de acceso a la
lectura sufren las consecuencias en un marcado retraso de las posibilidades de
desarrollo de sus nuevas generaciones. Guatemala es uno de esos países en donde
la lectura está vedada para las grandes mayorías, no solo por el alto costo de
los libros sino por el establecimiento –de muy antigua data- de estrategias
puntuales para mantener a la población alejada de toda fuente de ejercicio
intelectual y, por tanto, del desarrollo de sus capacidades ciudadanas en un
marco de conocimiento del mundo que le rodea.
En este escenario, entonces, la celebración de la Feria
Internacional del Libro en Guatemala, Filgua, representa un respiro importante;
una ventana amplia e inclusiva para oxigenar las ideas y renovar el compromiso
de compartirlas. Allí, en un ambiente festivo y dinámico de conferencias y
lecturas, se produce ese encuentro entre las mentes jóvenes y ávidas de saber
con quienes han hecho de la literatura su forma de vida. Lectores y autores en
una plataforma de intercambio, cuyo resultado ideal es una cosecha de
consumidores de buenos libros y, por ende, de obras que probablemente dejarán
una huella profunda en sus vidas.
Filgua es la celebración del libro en un país de poetas, es
la fiesta de las letras y las palabras, las ideas y los sueños para compartir.
Durante muchos año acudí y algunas veces también participé de esa vorágine de
actividades en entrevistas y presentaciones de obras literarias. Tuve el enorme
privilegio de disfrutar la compañía y la amistad de autores nacionales y
extranjeros de enorme valía y de editores que no han bajado la guardia para
continuar luchando por la promoción de la lectura, aun contra los obstáculos de
un entorno oficial hostil hacia la educación, la cultura y el arte.
Este año, la XIV Feria Internacional del Libro en Guatemala
tendrá como invitado de honor a Francia y estará dedicada a celebrar “El Mundo
de Asturias” para conmemorar el cincuentenario del Premio Nobel al escritor
guatemalteco. A partir del 13 de julio, Filgua abrirá sus puertas y comenzará
su ciclo de actividades. Te invito a disfrutar de esa fiesta literaria.
Cada libro abre tu mente hacia un universo lleno de nuevas
ideas.
elquintopatio@gmail.com
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