Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez
El tercer Reich creó
una lengua propia [1], acciones, convicciones, hábitos de pensamiento, maneras
de gesticular, atacar y eliminar a sus víctimas y presentarlas como únicas
responsables de su desgraciada suerte. Obligó a los Judíos a llevar del lado
del corazón y al descubierto la estrella que hacia visible la señal del estigma
de inferioridad, humillación y sufrimiento. Para un Judío tapar la estrella que
lo marcaba implicaba hacerse responsable de su tragedia, ser trasladado a un
campo de concentración y al poco tiempo aparecer legalmente muerto según los
registros que firmaban los funcionarios dejando como causa alguna supuesta
insuficiencia cardiaca o la aplicación de la ley de fugas.
La cruz gamada portada por los nazis, era en cambio una
señal de victoria y superioridad, se
llevaba en el brazo y se exhibía con orgullo en edificios, oficinas,
vehículos, cuadros y enormes banderas, símbolo de un poder arbitrario,
arrogante, cruel. Llevar la cruz gamada concedía patente de impunidad, porque
los asesinos se autoproclamaban superiores, defensores del orden, para fijar
las reglas e imponer a sus víctimas las conductas, maneras de actuar, mirar,
vestir y hasta abotonar sus abrigos y, además gozaban de libertad para
someterlos, provocarles dolor, despojarlos de sus bienes, degradarlos y agredirlos
sin piedad. La estrella del judío atraía la maldad del enjambre de funcionarios
y militares nazis, ávidos de colaborar con el Reich, encontrando en sus
víctimas una excusa para mostrarse implacables, en su creencia de raza superior
y demostrar con barbarie su lealtad al furher.
La estrella anunciaba el horror que debería caer sobre la
víctima, marcada y acusada de haber inventado la guerra (de la que fue su
víctima) y de ser la desgracia del mundo, el origen de todos los males. Estas
perversas y falsas imputaciones le resultaban suficientes al nazi para
descargar su odio y desprecio contra sus debilitadas víctimas. Era natural para
el nazi tratar a los marcados como a cerdos, como a plaga, asumirla como una
peste para descargar su maldad. La lengua nazi repetía que no era una guerra
contra una nación, ni contra un
ejército, sino contra una raza, contra una visión del mundo, contra un tipo de
ser humano al que había que atacar donde se presumía que podría estar y si no
estaba allí había que inventarlo para mantener viva la semilla del odio y la
agresión.
Trump en su expresión
de furher del Reich Americano y Uribe sin trono pero con suficiente poder para
enredar la paz firmada, representan cada uno en su escala de intervención
geopolítica a obsesionados artífices de la reproducción del odio y del horror.
Reinventan la crueldad y la promueven a la sombra de la llamada civilización
que palidece y en cambio de repudiar el terror y la muerte balbucea ante el
espectáculo (universal o local) ofrecido con sangre ajena, con ejércitos de
drones, misiles, virus y alta tecnología, para validar el experimento con las
victimas ya marcadas como los nuevos enemigos. Trump hace girar su ruleta,
ataca por todas partes, busca el hilo más débil, sabe que al final se detendrá
en los inmigrantes escogidos como nueva plaga, nuevo enemigo creado por la
política criminal americana, sobre el que provocará sufrimiento donde el
mercado indique. Trump requiere inmigrantes para existir, Hitler requirió
judíos, Uribe en Colombia requiere farc.
El enemigo creado
para este siglo es difuso, lo que le permite a los gobernantes un margen de
maniobra amplio y fuera del alcance del DIH, porque borra diferencias entre
civiles y combatientes y configura la perversa idea de daños colaterales, aplicada
a males menores para evitar supuestos daños mayores. Al enemigo no lo determina
un hecho criminal, sino que es diseñado en laboratorios de expertos (como la
solución final del exterminio judío) y presentado públicamente por el Furher
que decide quien, qué y porqué debe ser ese el enemigo y declara la guerra
contra él (inmigrante, comunista, anticapitalista o cualquiera sea persona
natural, grupo, pueblo, estado o nación). Trump desde el gobierno y Uribe desde
su estrategia de poder, son claros exponentes del Furher respecto a su opinión
de que a las masas hay que mantenerlas en la estupidez y disuadirlas de
cualquier reflexión y machacar siempre las mismas teorías simplistas que no pueden ser refutadas desde ningún
lado.
Los dos se esfuerzan por crear un lenguaje, unos hábitos, un
estigma, una señal y centrar su obsesión en un único enemigo al que prometen
combatir hasta su fin, y anuncian cínicamente que son los otros los están en
guerra contra ellos y que por honor y lealtad a unos valores, se les debe
perseguir y exterminar. Para convencer predicen las catástrofes que podrían
causar sus enemigos y repiten que lo peor está por venir si no se destruye al
enemigo. Llaman a que cada persona se haga responsable del destino de la patria
y del futuro y en consecuencia asuma con fe ciega su tarea de enfrentar al
enemigo (lo judicialice, encarcele, difame, destierre, persiga, agreda,
violente o mate) y tenga presente que la víctima es la culpable bajo la excusa
de que la guerra la inventaron ellos, las propias víctimas.
El centro político de Trump son los inmigrantes y el de
Uribe las farc, ellos pusieron la marca al enemigo y lo acusan de todas las
inmoralidades y llaman a indignarse y a mantener abiertos los ojos para
encontrar en cada lugar a ese enemigo del que necesitan para existir. El
primitivismo intelectual de Trump y Uribe y su astucia calculadora les permite
crear lealtades entre quienes con el mismo primitivismo aceptan ser guiados
para repetir el libreto del odio, glorificarlo y tener una razón política para
existir. El odio es incubado en una amplia franja del pueblo engañado con
triunfos de guerra y patriotismo exacerbado por la doctrina del odio, que entre
decepciones y desesperanzas quiere cambios pero al no identificar claramente
cuales ni de qué manera, cae en la seductora tentación de seguir al guía a
quien atribuyen incluso fuerzas mágicas para alentar la promesa de salvación.
Trump y Uribe, identifican un común denominador
inextirpable, similar al de la raza aplicado en el holocausto, que está en el
origen (inmigrante, rebelde) del que emana su modelo de sociedad y de estado,
empujado desde cargos, representaciones y posiciones sociales por sus
seguidores y propagandistas que distribuyen hábitos de pensamiento y modos de
actuar contra los enemigos ya focalizados, a los que como a chivos expiatorios
deben mantener vigentes para mostrar su poder y su crueldad y probar su
experimento de exterminio. Trump con los inmigrantes y Uribe con las Farc
aseguran su propia existencia ya que si dejaran de existir invalidarían la
excusa para impulsar el odio.
Trump y Uribe mantienen viva su astucia obsesiva y demencial
para dar las instrucciones pérfidas y descaradas que diseminan sus
propagandistas (siguiendo a Goebbels y JJ Rendón) para hacer realidad la ley
suprema del Furher de hacer que sus oyentes no se planteen un pensamiento
crítico, porque todo lo dicen de manera simple, con verdades a medias que
estimulan a estar listos a atacar al enemigo rebelde, indomable, insumiso.
Crear un único enemigo, focalizarlo, centrarlo, repetir mil veces la misma
mentira sobre él y englobarlo en una cosmovisión falseada, pero fácil de seguir
define la ruta del odio. El Furher así lo hizo al definir al judeo-marxista,
judeo-bolchevique, judío capitalista, judío-artista, es decir, el enemigo judío
que se podía combinar con cualquier adjetivo, de manera que toda rivalidad de
donde quiera que viniera se asociaba a un único enemigo.
El uribismo en su exposición Nacional de Ultraderecha se
centra en Farc. Reproduce un único mensaje para todos los temas con la fórmula:
Tema mas Farc (T+F=enemigo), los derechos de diversidad y diferencia son
reducidos a ideología de género más farc; laicidad, reducida a ateísmo más
farc; resistencia y rebelión reducidos a terroristas farc. Lo importante de la
lengua propia del Nacional Uribismo es despertar un instinto innato, que no es
siquiera un afán de poder en sí mismo, sino un odio que solo pueda desaparecer
eliminando a quien se odia, lo que acentúa su necesidad de llamar a que cada
uno participe del exterminio al que hay que llegar por todos los medios.
P.D. Ya hay una lengua Nazionale Uribista, el problema está
en confluir en unidad para detenerla.....
mrestrepo33@hotmail.com
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