Por: Bruno Lima Rocha
Es lugar común oír en análisis y expresiones venidas de
todas las camadas de la izquierda y de la centro-izquierda, algo cómo ¿“cuando
este pueblo va a levantarse indignado”? Además del sentimiento de revuelta y
frustración – totalmente compartido por este que escribe – la afirmación
también trae elementos de cierta condescendencia con el gobierno depuesto
(hablamos del segundo gobierno de Dilma Rousseff, de enero de 2015 a abril de
2016) y algo de la peligrosa inocencia política. En este breve texto, intento
demostrar como la categoría ideología fue despreciada y, por obvia
consecuencia, la relación con el oligopolio de los medios – en especial con la
empresa líder, las Organizaciones Globo y
Globo Participaciones, el quinto mayor grupo de medios audiovisuales
del mundo – fue naturalizado.
Si tuviéramos en consideración los 13 años de gobierno
petista en la Presidencia (2003-2016), nos damos cuenta de que faltaron
elementos fundamentales para un proyecto de poder prolongado. Cuando me refiero
la proyección de una política, no significa perpetuar en el Poder Ejecutivo a
este o aquel partido, pero sí a construir condiciones de conquistas permanentes
y no retorno. No retornar para situaciones anteriores implica ir además de
mejorías materiales – aunque estas sean fundamentales – pero también dar un
significado ideológico para la base de la sociedad.
La investigación aplicada por la Fundación Perseu Abramo
(FPA, para la investigación ver http://migre.me/wr8hh), vinculada al Partido de
los Trabajadores (PT), donde el partido de gobierno que fue depuesto trae
elementos para reflexión. En esta investigación cualitativa realizada en la
periferia de São Paulo capital, los resultados son la difusión de un
liberalismo popular creciente y la pérdida de reservas electorales para el
subtítulo que financió el trabajo. Más allá de las constataciones del voto
mutable, la carga de valores y comportamiento, reforzada después de trece años
de mandato “popular” en Brasilia, trae elementos de reflexión.
Considerando quién convive con estas camadas sociales, o de
forma más pertinente, con la pobreza y la exclusión espacial en las regiones
metropolitanas, nada de eso se trata de “novedad”. Tal vez el elemento nuevo sea
tornar visible el debate y traerlo a la superficie. Luego, apunto aquí la
necesidad más urgente de una primera inflexión, más allá de una reflexión. O
sea, abordo algo que no pasa sólo por una exterioridad (ya antes abordada por
mí en esta publicación), pero por la ausencia de un protagonismo político a
partir de alguna forma de ideología de cambio.
Un momento especial que lo primero gobierno Lula “dejó
pasar”
Entiendo que se puede acumular lecciones históricas de la
política brasileña, se trata de no repetir errores, y a la vez, reeditar
ejemplos positivos, revitalizándolos. Grandes campañas demarcan los momentos
cruciales. A través de actividad de conmoción colectiva, podemos movilizar un
largo sector de una sociedad, a la vez, corriendo el riesgo (en mi forma ver un
riesgo positivo).
Una campaña fundamental y que motivó al golpe político de
1954 – consumado con el suicidio de Vargas en 24 de agosto de aquel año – fue
la campaña “El Petróleo es nuestro” (en
1953). En la ocasión, el país no tenía una empresa petrolífera nacional y el
nacionalismo sustituyó el clasismo como motivador de anhelos populares. Cuando
vivimos una campaña de esta envergadura, aunque por algunos meses, la sociedad
se polariza, proyectando un destino colectivo. Cuando las campañas populares
consiguen sumar la idea de nación con la del interés de la mayoría, de las
clases subalternas, del pueblo, entonces es una ocasión para movilizar
corazones y mentes. Así, en situaciones límite, regionalizadas – como en las
huelgas del ABC de 1978, 1979 y 1980 – o nacionales, está dado un momento para
acumular fuerzas duraderas.
La cuenta es de llegada y una oportunidad de oro pasó. No
por desatención, pero sí por las elecciones, por las opciones de pacto interno
del lulismo. Al reconocer en fracciones irreconciliables del enemigo interno un
“posible compañero”, el gobierno Lula, aún en su primer mandato y pasando el
susto del escándalo del Mensalão (en la primera mitad de 2005, cuando se
denunció que una parte de base aliada parlamentaria era paga con soborno), entregó una rebanada de la
revolución tecno-científica para la Red Globo. Afirmo que el patrón tecnológico
de transmisión de datos sería el equivalente contemporáneo al periodo de la
“modernización” en el post Segunda Guerra Mundial. En el embate por el patrón
del Sistema Brasileño de Televisión Digital Terrestre (SBTVD-T) tendríamos una
oportunidad concreta de entrar con los dos pies el siglo XXI, ahí sí
arriesgando desarrollo, más allá del refuerzo de los factores de cambio que ya
teníamos en 2002.
El tema es complejo, pero vale observar la posición del
gobierno Lula a través del entonces ministro de las Comunicaciones Hélio Costa
(él aún, senador por el PMDB – partido oligarca aliado - y
ex-correspondiente de la Voice of
America en Brasil en los peores momentos de la
dictadura militar, ver http://migre.me/wr9o3). En el mismo sentido, hay
resaltar el vigor de los consorcios brasileños de investigación que
consiguieron llegar a la condición de prototipo del mismo Sistema (ver
http://migre.me/wr9rg) y la dimensión tétrica del Decreto de 2006 (ver http://migre.me/wr9t8). Afirmo el compromiso
de sanar las dudas de todo este proceso en el debate posterior la publicación o
entonces en comunicación directa; para este artículo, traigo el tema del
SBTVD-T sólo para demostrar como un recurso de movilización podría haber sido
utilizado, armando desde la base de la comunicación popular del siglo XXI -
como en las radios comunitarias, puntos de cultura y todo un universo de
activismo periférico – con un proyecto nacional, popular (por los multicanales)
y soberano (por el operador público).
Operar una campaña de esta envergadura habría acosado la
derecha y dicho a que venía un proyecto nacional y popular que ultrapasara los
arreglos pre-determinados ya en la Carta al Pueblo Brasileño (escrita por Lula
en 2002, como un arreglo de gobernabilidad), un pacto que el piso de cima hizo
a disgusto y en la oportunidad debida, volcó la mesa y de lado. Reforzando el
argumento, más allá del nacionalismo poli clasista de la Campaña El Petróleo es
Nuestro, la defensa del SBTVD-T sería nacional y clasista. Luego, más incisiva,
operando también como un auténtico divisor de aguas en el ambiente
doméstico.
Una conciliación ideológica que nunca hubo – y jamás debería
haber sido meditada
Al largo de los trece años del lulismo como ideología
hegemónica, no tuvimos un momento siquiera de tensión, de acumulación de
fuerzas, con la salvedad de la rebelión popular de 2013. En la ocasión, fue
colocado en las calles un desafío para ir además del pacto conservador con
distribución de renta hecho público con la Carta al Pueblo Brasileño en 2002.
Otros momentos de tensión interna elevada fueron los segundos turnos de las
elecciones presidenciales de 2002, 2006, 2010 y principalmente 2014. En la
secuencia, la campaña permanente de desestabilización pegó duro y por derecha
en el segundo gobierno de Dilma Rousseff. Por izquierda, o en la falta de esta,
el proyecto popular quedó relegado al llamamiento electoral y no al trabajo
cotidiano de organizar la lucha colectiva, dar significado a las conquistas de
la mayoría y no permitir que el aumento de la llamada “clase C” viniera junto a
una noción de individualismo emprendedor.
El cotidiano de la mayoría, y en especial de la pobreza
territorial – en las llamadas periferias – es atravesado por fuerzas
importantes: iglesias neo pentecostales, exposición mediática de la TELE
abierta, corrales electorales y clientelismo político, caciquismo y
complicidad, además de una constante lucha por la supervivencia, incluyendo
iniciativas formales e informales de micro empresas. El avance ideológico de un
neoliberalismo difuso es proporcional a la ausencia de un proyecto de Poder del
Pueblo, y obviamente, por la poca expresión de las izquierdas en el universo
simbólico del día a día.
Al subestimar la categoría ideología, y en especial al no
osar un enfrentamiento más directo con los barones de las empresas de medios de
comunicación, el lulismo entregó la mentalidad política de la mayoría para los
buitres de siempre. Revertir esa derrota es tarea de largo plazo, aunque el
tiempo corra contra los intereses de la mayoría.
blimarocha@gmail.com
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