Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Al término
de veinte años de guerra, Estados Unidos ha resultado derrotado y humillado esta
vez por los combatientes yihadistas en Afganistán. Propio de una película de
horror y suspenso, los últimos efectivos del país más poderoso de la Tierra se
agolparon en el aeropuerto de Kabul para retornar a su país después de fracaso militar
y político de sus decenas de miles de soldados y armas de destrucción masiva con
los que intentaron vanamente hacerse de este país asiático, de sus riquezas
naturales y destino. Más de 2 mil 600 jóvenes soldados perdieron sus vidas
lejos de casa, mientras que otros 2 mil 740 regresaron inhabilitados física y
mentalmente para reemprender una vida normal. Ni qué hablar de la millonada
dilapidada en los campos de batalla cuando pensamos que en Estados Unidos
también existen enormes carencias y tantos pobres y segregados.
En general,
la sesgada información internacional omite que, además de estas víctimas, son más
de 100 mil los afganos que fallecieron en este mismo conflicto; entre ellos
unos 47 mil civiles en los que se cuentan mujeres y niños. Sin embargo, las
guerras se ganan cuando se logra ocupar los territorios invadidos, lo que no ha
ocurrido en este y otros casos en que las fuerzas del más poderoso imperio
pretendieron consolidar su hegemonía. Seguramente que ahora, la prensa
internacional y las instituciones mundiales proclives a Estados Unidos van a perseguir
la captura, muerte y condena mundial de los líderes talibanes, mientras los
presidentes de Estados Unidos y de sus países aliados van a quedar impunes. Y hasta
se les brinden nuevos premios nobeles de la Paz.
Costará
mucho hacer un pleno balance de la tragedia, con lo cual La Casa Blanca podrá fabricarse
nuevos escenarios de guerra a objeto de que sus multimillonarios recursos
bélicos tengan algún sentido y le procuren nuevos negocios en la actividad que
se sabe más rentable de toda la Tierra. Sin embargo, es difícil que, por ahora,
su maquinaria de guerra y sus huestes militares vayan a volver al Asia o a África
después de tan contundentes derrotas. Ello nos obliga a estar muy precavidos en
América Latina, porque, de lo que no hay duda, es que la voracidad imperialista
y sus presupuestos militares necesitan estar constantemente alimentados con las
invasiones consumadas por Estados Unidos. Parece evidente que ser gobernante de
esta superpotencia equivale a convertirse en uno de los más temibles genocidas
del presente como en un pavoroso peligro para la humanidad.
Ya sesenta
o setenta años atrás la desestabilización de las democracias en nuestro
Continente obedeció al cometido de Nixon, Kennedy y otros mandatarios que en
esta materia en nada difirieron de los Bush, Obama, Trump y Biden. Aunque debemos
reconocer que los corrutos políticos de Brasil, Chile, Argentina y Uruguay les
allanaron mucho el camino, a diferencia de la resistencia que le opusieron un
Fidel Castro y la Revolución Cubana, en cuyo territorio (Bahía Cochinos) las
fuerzas de ocupación imperialista también fueran contundentemente derrotadas y
obligadas a volver a Miami.
Dentro de
las notas de prensa que logran filtrarse por la telaraña comunicacional de los
grandes medios escritos, audiovisuales y del internet, todos bien aceitados por
la maquinaria ideológica y militar estadounidense, podemos descubrir la
preocupación del Imperio por las relaciones políticas y comerciales de los
gobiernos latinoamericanos con potencias como China, Rusia y los países de la
llamada Comunidad Europea. Al mismo tiempo que se inquietan frente a los acuerdos
experimentados entre nuestras propias naciones para hacerle frente al
canibalismo de los mercados internacionales y resistirse al tráfico de armas.
En
particular, la Pandemia le ha servido al país hegemónico para lanzar todo tipo
de calumnias contra la eficiencia de vacunas desarrolladas en diversos países y
distribuidas universal y solidariamente para enfrentar la crisis sanitaria. Así
como se crispan ante los acuerdos venezolanos con otras potencias para romper
el boicot propiciado por los sucesivos gobernantes estadounidenses al libre
comercio mundial y a esta nación en particular. Suponiendo la “indebida”
injerencia china, rusa y europea en el que siguen considerando su “patio trasero”.
Creemos que
no pasará mucho tiempo sin que los líderes norteamericanos se sientan
amenazados y conciban formas de provocación destinadas a proteger sus intereses
en nuestra Región latinoamericana y caribeña. Ya se reconoce, por ejemplo, que
la anhelada renacionalización del cobre en Chile, como la modificación de
nuestro sistema previsional, podrían ocasionarle a Estados Unidos perder dominios
afianzados ilegítimamente durante la dictadura de Pinochet y los gobiernos de
la posdictadura. Durante los cuales se continuaron otorgando a la superpotencia
toda suerte de ventajas mediante abusivos tratados de libre comercio, como la
venta a precio vil de nuevos yacimientos y fuentes productivas.
Aunque se
sabe que la legislación internacional favorece ampliamente los intereses de las
inversiones norteamericanas en nuestros territorios, también se asume que ella,
para que sea efectiva, debe llevar siempre la amenaza de las incursiones militares,
el levantamiento de toda suerte de muros y aplicarle sanciones a quienes
desafíen su poderío mundial.
De esta
forma, los gobiernos estadounidenses saben que manteniéndonos divididos pueden imponernos
su hegemonía. Por lo que no sería extraño que busquen alimentar nuevas
controversias limítrofes entre Chile y Argentina para favorecer sus objetivos
en el Cono Sur, así como prolongar las tensiones entre Colombia y Venezuela que
tanto le han servido para apoderarse de los pozos petroleros al norte de
América del Sur. Junto con promover y financiar a gobernantes lacayos en toda
nuestra geografía, para lo cual la OEA les parece un instrumento tan
fundamental.
Vemos con preocupación,
por lo tanto, que puedan remontar litigios entre nuestros países y que desde
aquí proliferen gobiernos, políticos, empresarios, militares y otros empeñados
en avivar nuestras desavenencias. En fidelidad con las estrategias neoliberales
patrocinadas por Estados Unidos y en desmedro de nuestra independencia,
cooperación y soberanía regional.
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