Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Cuba, es el único país de América Latina y el Caribe que
está desarrollando exitosamente sus propias vacunas contra el Covid19. Los que
no conocen a la isla de Martí y de Fidel no pueden comprender cómo una pequeña
nación, atacada, vilipendiada, agredida y bloqueada por el imperio más poderoso
de la historia de la humanidad, haya sido capaz de semejante hazaña. Deberían
saber que las raíces de esta proeza está en los mismos orígenes de la
revolución cuando en el juicio que se le siguió a Fidel y sus compañeros tras
el asalto al Cuartel Moncada en julio de 1953, el joven abogado en su alegato
de defensa ante el tribunal -que posteriormente se diera a conocer como “La
historia me absolverá”- señalara con nitidez el derecho de los cubanos al
desarrollo endógeno de la industria y la tecnología.
Tras el triunfo de la revolución, Fidel se volcó a hacer realidad el “Programa del Moncada”. En fecha tan temprana como enero de 1960 señaló que el futuro de Cuba tenía que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia y de pensamiento porque eso es lo que la revolución sembraría: “oportunidades a la inteligencia”. Así mismo, pensando en el porvenir, aseguraba que ahora los científicos y los investigadores tendrían todas las oportunidades para servir a su pueblo y a su patria, porque en los próximos años crecerían las instituciones científicas a las que esperaba se sumaran muchos cubanos que no solo deberían aumentar sus conocimientos sino que, lo más importante, era que estos debían ser puestos al servicio de la justicia y de la patria.
De esta manera, con visión señera planteó una tarea
estratégica para los jóvenes, instándolos a la investigación, el pensamiento y
el conocimiento, toda vez que Cuba vivía momentos “en que el papel del
pensamiento es excepcional, porque solo el pensamiento puede guiar a los
pueblos en los instantes de grandes transformaciones y en los momentos en que
se emprenden grandes empresas como esta”.
Como en todas las acciones cristalizadas por Fidel, el
discurso siempre estuvo acompañado con los hechos. Así, en 1962 se creó la
Academia de Ciencias de Cuba, se organizaron centros de investigación en
diferentes instituciones vinculadas a la economía y los servicios y en julio de
1965, con su decisiva orientación se inauguró el Centro Nacional de Investigaciones
Científicas (CNIC), dando formal inicio a la creación de instituciones que
habrían de constituir la columna vertebral del sistema científico cubano.
Años después, el 13 de marzo de 1969, durante un discurso
pronunciado en la Universidad de la Habana, establecía la necesidad de producir
un encadenamiento entre las universidades y la investigación. Decía al
respecto: “La universidad deberá vincularse a las investigaciones, y las
universidades deberán ser centros de investigación de todo tipo (...) queremos
decir que los profesores deberán participar en las investigaciones y los
centros de investigación deberán participar en la formación de los futuros
técnicos”, con lo cual proponía dar un salto en el proceso al formular la
necesidad de masificar aún más los esfuerzos de investigación. Así mismo,
instauraba una práctica que a partir de entonces debió ser asumida por los
dirigentes cubanos, al dejar sentado que era “obligación de cualquier hombre de
responsabilidad pública tratar de disponer del mínimo de conocimientos para
poder evaluar lo que los científicos, los técnicos, los especialistas, puedan
indicar en un sentido u otro”.
Junto a ello, proyectaba para los científicos, el
sentimiento y el imperativo propios de la revolución cubana de servir a la
sociedad y al internacionalismo: “Para tener acceso a la producción moderna y
dominar las tecnologías avanzadas, es imprescindible instruir a los hombres y
mujeres que las van a manejar, formarlos para el mayor conocimiento de sus
especialidades y dotarlos de una conciencia social, patriótica e
internacionalista que permita realizar tanto los proyectos económicos y
sociales propios como contribuir al desarrollo de la parte de la humanidad más
urgida y que sufre en peor grado las consecuencias del pasado colonial”.
Bajo su sabia orientación, Cuba, un pequeño país de escasos
recursos, atacado incesantemente por Estados Unidos, desarrolló una comunidad
científica propia del 1er. mundo. Así, en 1976 fueron creados la Academia de
Ciencias de Cuba y el Comité Estatal de Ciencia y Tecnología. En 1981 se fundó
el denominado “Frente Biológico” en el que se conjugó el trabajo de todos los
científicos e instituciones afines al tema a partir de la cooperación,
integración y generalización de los procesos.
En 1982 comenzó su funcionamiento el Centro de Estudios
Bológicos (CIB) y cuatro años después nace el Centro de Ingeniería Genética y
Biotecnología (CIGB), institución de 1er. nivel y centro emblemático de la
biotecnología en Cuba con el objetivo de transformarse en una institución que
vinculara investigación y producción, caracterizada por la continuidad de todas
las actividades y temas científicos especializados que se habían iniciado en el
CIB. Así mismo surgieron nuevos centros de investigación y se dio un impulso
especial a la biotecnología. Ejemplos de todo ello fueron el Centro Nacional de
Biopreparados; el Instituto de Medicina Tropical (IPK); la Biblioteca Nacional
de Ciencia y Técnica; el Instituto “Carlos J. Finlay” destinado al desarrollo
de vacunas; el Centro de Inmunología
Molecular (CIM) especializado en la obtención de anticuerpos monoclonales; el
Centro de Química Molecular (CQM), dedicado a la elaboración de antígenos
sintéticos; y el Centro de Inmuno Ensayos (CIE) entre otras instituciones de
investigación de las cuales existen sedes en varias provincias. En cada uno de
estos centros, estuvo presente la impronta personal que le impuso el Comandante
en Jefe.
En 1984, el CNIC concibió el MEDICID-03, primer
electroencefalógrafo automatizado con continuidad en el NEUROCID-M, para
registrar la actividad eléctrica en los músculos esqueléticos. A ello, se sumó
en 1990 el AUDIX, electro audiómetro, (primero en el mundo) y el SUMA, Sistema
Ultramicro-analítico.
Años después, en la tribuna de la 1ra. Cumbre de la Tierra
realizada en Río de Janeiro en 1992 Fidel hizo un llamado premonitorio a fin de
evitar el desastre que veía venir: “Utilícese toda la ciencia necesaria para un
desarrollo sostenido sin contaminación” dijo en un mensaje que todavía resuena
en los oídos de la humanidad.
La desaparición del campo socialista en 1990 significó un
duro golpe para Cuba y su economía. El desarrollo científico no estuvo ajeno a
la difícil impronta que se imponía a partir del cambio radical de la estructura
política del planeta. Para adaptarse a la nueva situación fue creado en 1992 el
“Polo Científico del Oeste de La Habana” con la intención de producir un salto
adelante desde el punto de vista estructural que permitiera dar una respuesta
positiva a las difíciles condiciones de trabajo que habían surgido.
A partir de entonces, el desarrollo de la ciencia y la
tecnología cubana se ha tenido que ir adaptando a los vertiginosos cambios que
se han desatado en los últimos treinta años. Debe decirse sin embargo que nunca
se detuvo el trabajo, ni siquiera durante los espinosos momentos del Período
Especial que Cuba sufrió durante la última década del siglo pasado al
desmoronarse la base fundamental de su sustento internacional, al mismo tiempo
que se incrementaba la agresividad imperialista, suponiendo que la isla no
resistiría los embates de este cataclismo. Así, finalmente, en fechas más
recientes, Cuba ha adoptado el concepto inclusivo de Sistema de Ciencia e
Innovación Tecnológica. (SCIT).
En particular, el Sistema de Ciencia e Innovación
Tecnológica para la Salud (SCITS) organizado en 37 entidades de ciencia e
innovación: 16 centros de investigación, 3 de servicios científico-tecnológicos
y 18 unidades de desarrollo e innovación se transformó en la nueva estructura
que modernamente ha asumido el hoy ya poderoso sistema cubano de ciencia y
tecnología.
En 2012 se creó BioCubaFarma organización superior de
dirección empresarial, que integró los centros de investigación, desarrollo y
producción de biotecnología, la industria farmacéutica y los equipos médicos de
alta tecnología. BioCubaFarma —con sus 32 empresas, 70 instalaciones
productivas, 10 centros de investigación, 11 unidades de investigación y
desarrollo y un centro de servicios científico tecnológico también forma parte
del SCITS. Los productos y las tecnologías de BioCubaFarma forman parte del
Cuadro Básico de Medicamentos y otras aplicaciones del Ministerio de Salud.
Hoy se puede decir que solo por el CNIC han pasado a lo
largo de 50 años, más de 30 mil especialistas, que se han superado en sus
departamentos y laboratorios, 389 de ellos obtuvieron su grado de Doctor en
Ciencias, muchos se convirtieron en líderes científicos y es común encontrar en
los restantes centros, directivos formados en esta emblemática institución, madre
del desarrollo científico cubano.
Todo proceso tiene sus tiempos. Pasaron aquellos en que la
revolución cubana era dirigida por combatientes, guerrilleros y luchadores
sociales que se alzaron ante el oprobio. Los líderes fueron al Moncada, a la
cárcel, al exilio, regresaron a la patria para subir a la sierra y lograr el
fin de la dictadura. Fidel y Raúl durante 60 años enfrentaron y vencieron al
coloso del norte, pero la lucha continúa con nuevos retos. Hoy, la resistencia
también se manifiesta en otras áreas y Miguel Díaz-Canel la ha asumido con la
misma responsabilidad que siempre han tenido los líderes cubanos. Por eso, hoy
su Moncada, su Sierra Maestra y su Playa Girón se producen en otras trincheras.
Continuador de la obra y el pensamiento de Fidel y para dar
seguimiento de la manera más efectiva a la gesta del Comandante en Jefe, el
presidente de Cuba defendió exitosamente su tesis “Sistema de Gestión de
Gobierno basado en Ciencia e Innovación para el desarrollo sostenible en Cuba”
a fin de optar al título de Doctor en Ciencias por la Universidad Central de
las Villas. Díaz-Canel nació tres meses después de aquel enero de 1960 cuando
Fidel refiriéndose a la revolución que se iniciaba, señalara con su
extraordinaria visión de futuro que: “…solo el pensamiento puede guiar a los
pueblos en los instantes de grandes transformaciones y en los momentos en que
se emprenden grandes empresas como esta”.
Las vacunas cubanas se denominan “Soberana” reivindicando
una disposición y una decisión, “Abdala” para que el apóstol nunca muera ni se
extinga jamás su memoria como dijera Fidel en el Juicio del Moncada, y
“Mambísa” en homenaje al hombre de la tierra, trabajador y patriota que
conquistó la primera independencia de la mano de Máximo Gómez y Antonio Maceo.
Porque él mismo quiso que fuera así, ninguna de las vacunas
cubanas llevará el nombre de Fidel, pero todas tendrán impreso su espíritu
humanitario y su vocación de hacer una revolución para los excluidos de la
tierra, para aquellos que no tienen derecho a nada, ni siquiera a una vacuna
contra la pandemia.
Cuando todos los cubanos y cubanas y millones de hombres y
mujeres en disimiles lugares del planeta sean inmunizados con las vacunas
cubanas, deben saber que ello ha sido posible porque aquel hacedor de revoluciones,
ese que superó la muerte porque “morir por la patria es vivir”, el que hizo que
una pequeña isla del Caribe se transformara en un gigante exportador de vida y
de salud, así lo soñó, así lo pensó y así lo hizo.
NOTA: Agradezco el aporte invaluable de mi entrañable amigo
Luis Rojas Núñez sin cuya ayuda hubiera sido imposible realizar este trabajo.
sergioro07@hotmail.com
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