Por Juan Pablo Cárdenas S.:
A pesar de todo lo que dicen, el mundo debe estar agradecido
que sujetos como Donald Trump y Jair Bolsonaro no tengan tapujos para expresar
lo que piensan. Es cierto que cada uno de sus cotidianos despropósitos hiere la
sensibilidad de millones de personas, pero especialmente agreden a aquellos que
están sufriendo los horrores de la pandemia, las guerras y conflictos sociales.
No se puede negar que sus respectivos triunfos electorales están avalados por
el voto ciudadano que no quiso tomar en cuenta los riesgos que implicaba
elegirlos como mandatarios. Seguramente fueron apoyados en rechazo a las malas
experiencias anteriores y fenómenos como el del desempleo y la corrupción de
las clases políticas.
Es sabido que este tipo de monstruos surge justamente del
desencanto y la búsqueda de “salvadores” que muchas veces provocan más
desgracias después para los pueblos. De consuelo, puede servir ahora que es muy
poco probable que ambos puedan continuar mucho tiempo más en la política,
aunque todavía pueden llegar a causar otros graves trastornos.
Pero sin compararlos con estos verdaderos malhechores
políticos no podemos sino reconocer que es la credibilidad de casi todos los
gobernantes la está en entredicho. Ni siquiera los jefes de estado europeos,
que por décadas son los que han gozado de mayor competencia, han escapado
durante esta pandemia a las críticas y a las dudas expresadas por sus
parlamentos, la prensa y el sentimiento popular. De esta forma es que gobiernos
de Francia, España y otros muy difícilmente podrán sortear los cambios que ya
les son exigidos abiertamente. Es por esto que ya han caído varios ministros de
salud, cuando no es el conjunto de los jefes de estado y gabinetes los que están
en la cuerda floja.
A las cifras de infectados y decesos ya no hay quien les dé
crédito. La misma Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido acusada
reiteradamente de ocultar la verdadera realidad del COVIB 19 y de estar
coludida con algunos regímenes fin de alterar las cifras y promover ciertas
soluciones. Sabemos que cuando exista una vacuna o un fármaco que se demuestre
efectivo para frenar el mal, vendrá una presión enorme por controlar a la OMS y
las institucionalidades sanitarias de todos los países. Ya todos sabemos que
entre las entidades más corruptas del mundo están los grandes laboratorios y
los millonarios recursos que disponen para influir en las decisiones
gubernamentales. Ciertamente, promete ser feroz la guerra que se avecina entre
los países más ricos y hegemónicos que estarán en posición de venderle a todo
el mundo la mitigación de esta nueva pandemia que tanto sobrecoge a la
humanidad.
A Trump, como a Bolsonaro no les preocupan tanto las
escandalosas cifras de cifras de infectados y muertos que exhiben sus países;
ambos están seguros de que podrían estar entre las primeras naciones en hacerse
de la vacuna y los fármacos como ya lo han advertido. Empeñados en que no sea
China, Rusia u otros los que se le adelanten en el gran negocio que se
vislumbra.
En nuestro entorno geográfico y político no son halagüeñas
las noticias que circulan. El gobierno de Sebastián Piñera ha evitado uniformar
los datos de las víctimas de la epidemia, como de los recursos que dispone
efectivamente el sistema de salud para encarar este mal. Después de cuatro
meses, las cifras siguen muy inciertas y es la propia comunidad científica la
que sospecha que las autoridades están mucho más empeñadas en salvar la
situación de la economía que acometer las soluciones sanitarias. A cuentagotas
va disponiendo de recursos económicos mezquinos, por supuesto, en comparación a
las enormes reservas que el país dispone, cuando además somos uno de los países
que más posibilidades tiene en la Región para endeudarse, si es que se hiciera
necesario. Basta considerar al respecto que nuestra deuda externa no alcanza ni
siquiera al 30 por ciento del PIB.
Lo cierto es que, después de haber sido uno de los primeros
países en asumir la amenaza de la pandemia, hoy estamos entre las naciones
peormente calificadas en el mundo en cuanto al número de contagiados y muertos.
Cuando tenemos, además, una población muy pequeña en relación a la vecindad
latinoamericana y del Caribe. Y más nimia, todavía, respecto de los otros
continentes.
Desgraciadamente las restricciones que le impone también la
pandemia a la investigación periodística, hay que reconocer que es muy extraños
los balances que emiten otros países respecto de sus enfermos y fallecidos. La
rigurosidad ética no nos permite poner ejemplos de esto sin tener datos
plenamente constatables, pero todos pueden sospechar de qué gobiernos se podría
dudar al respecto, cuando se sabe, además, de sus limitaciones económicas, bajo
nivel de vida de sus pueblos y la forma en que controlan sus medios de
comunicación.
Estamos seguros que la desconfianza es generalizada en todo
el Continente. Que es la presencia de regímenes y gobiernos de escasa solvencia
democrática lo que más alimenta las dudas de los pueblos y la extensión de un
contagio que cobre muchas más vidas, todavía.
Por lo mismo no será hasta mucho tiempo más cuando conozcamos
fehacientemente lo acontecido con esta crisis sanitaria. Cuando no se cuenta
con medios de comunicación libres y solventes y la diversidad informativa sigue
tan limitada. Cuando en la política lo que impera es la corrupción de las
autoridades y la relatividad con que sus actores de toman los principios
éticos. Cuando lo que se ha generalizado es la doble moral ejecutada por las
derechas y las izquierdas y llegado a infectar todo el arco político.
La credibilidad está muy condicionada por la orientación
política de los gobernantes de cada nación y ni siquiera en las Naciones Unidas
existen entidades y funcionarios confiables que escapen a la pandemia de la
corrupción. Por lo menos en Chile, podemos comprobar cotidianamente que hasta
las más mínimas propuestas y soluciones son cuestionadas o respaldadas según la
postura ideológica de quienes las proponen o implementan.
De esta forma, repugna ver que los ingentes recursos que
Chile ha acumulado durante años gracias a la bonanza de cobre hoy estén
predestinados por el gobierno de la derecha y de los grandes empresarios a la
recuperación plena de sus negocios, como a la mantención de los rezagos
sociales que tanto los han favorecido para acceder a mano de obra barata y
pagar sueldos y pensiones deplorables. Así como nos avergüenza, en esta misma
lógica, la resistencia de los gobiernos de toda la postdictadura a derribar las
estructuras del capitalismo salvaje, negándose a aliviar la situación de los
millones de chilenos que les demandaron trabajo digno, mejor educación pública
salud más universal. Una renuencia
sistemática y criminal que ocasionó estos inmensos bolsones de miseria que
ahora se hacen más evidentes y fueran disimulados por el dispendio y exitismo
de una ínfima minoría de la población. La verdad oculta y segregada del inmenso
hacinamiento, el hambre y la desesperanza que tienen prácticamente sin control
el Coronavirus.
Cuyas víctimas y cifras reales, como se ha señalado, siguen
encubiertas.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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