Por Leandro Albani:
En la madrugada del lunes 15 de junio, la aviación turca
lanzó una operación a gran escala contra decenas de localidades y el campamento
de refugiados de Makhmur, en Bashur (Kurdistán iraquí), y en la región de
Shengal (norte de Irak), habitada por la minoría yezidí.
Entre 30 y 60 aviones caza, también bombardearon las
montañas de Qandil, donde se encuentran las bases de las Fuerzas de Defensa
Popular (HPG, por sus siglas originales), uno de los brazos armados del Partido
de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). El ministerio turco de Defensa anunció
que los ataques se dan en el marco de la denominada Operación Garra de Águila.
Lo que el gobierno turco no dijo es que las bombas cayeron sobre el hospital
Serdesht, en la localidad de Xanasor, en Shengal.
Desde hace varios años, el gobierno de Turquía ataca de
forma sistemática el territorio de Bashur, violando el espacio aéreo de Irak y
las leyes internacionales vigentes en referencia al respeto territorial que
tienen las naciones.
El miércoles 17 de junio, Turquía avanzó con sus ataques y
desplegó tropas terrestres en los alrededores de las montañas de Qandil. El
objetivo real de Ankara es exterminar al pueblo kurdo, además de darle un golpe
mortal a los yezidíes de Irak. Esta minoría, que profesa una religión
preislámica y que, en su historia, sufrió más de 70 genocidios, en 2014, fue
devastada por el Estado Islámico (ISIS).
Cuando los yihadistas ingresaron a Shengal, las fuerzas
militares del Gobierno Regional de Kurdistán (GRK) se retiraron y dejaron a la
población totalmente indefensa. ISIS cometió un genocidio y secuestró a unas
3.000 mujeres yezidíes, para, luego, venderlas en mercados sexuales. Los
crímenes del Estado Islámico contra los yezidíes podrían haber sido mucho más
graves si no fuera por las fuerzas de autodefensa del PKK y las Unidades de
Protección del Pueblo (YPG, del Kurdistán sirio, Rojava), que movilizaron a sus
tropas para defender Shengal, abrir un corredor humanitario para que los
civiles pudieran escapar y, luego de cruentos combates durante meses, derrotar
a ISIS. A partir de ese momento, los yezidíes conformaron un autogobierno para
Shengal, crearon sus fuerzas de autodefensa (YBS) y liberaron el territorio.
Imagen: Los puntos marcan las zonas donde Turquía bombardeó
el lunes pasado
Para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, el ejemplo
del pueblo yezidí tiene que ser barrido de la faz de la tierra. Como también
tiene que ser derrotado, según el mandatario turco, el modelo confederal que
los kurdos y otras minorías étnicas y religiosas construyen desde 2012 en
Rojava. La ocupación ilegal por parte de Turquía del cantón kurdo de Afrin y de
casi 200 kilómetros en la frontera, entre las ciudades de Serekaniye y Tel
Abyad, son una muestra de la política de exterminio del Estado turco.
Aunque los bombardeos de Turquía son constantes contra
Bashur –con el beneplácito del GRK y la administración de Bagdad, pese a las
“acaloradas” y recientes protestas-, esta vez, Erdogan necesita demostrar su
fuerza contra los kurdos. ¿Por qué? Mientras la aviación turca bombardeaba
Bashur, los principales partidos políticos kurdos de Rojava anunciaron que los
diálogos por la unidad nacional habían dado un nuevo paso. Las fuerzas
políticas y militares que conforman la Administración Autónoma del Norte y el
Este de Siria (AANES) llegaron a otra etapa de acuerdos con el Consejo Nacional
Kurdo en Siria (ENKS), vinculado al GRK, administración liderada por la
burguesía kurda de Irak luego de la invasión de Estados Unidos en 2003.
En la mentalidad de Erdogan, esta primera etapa del acuerdo
inter-kurdo es una bomba de tiempo que le puede explotar en la cara. Si las
alianzas entre fuerzas kurdas cruzan las fronteras hacia Turquía o Irak, el
presidente turco sabe que sus horas están contadas.
El Estado turco moderno, desde su creación en 1923, desplegó
una política de asimilación y exterminio contra las minorías del país. Con
Erdogan en el poder, esta política se volvió sistemática hasta en las
cuestiones más cotidianas. Desde hace varios meses, la administración de Ankara
realiza detenciones masivas contra diputados y diputadas kurdas, y arrestos a
co-alcaldes del Partido Democrático de los Pueblos (HDP). El mismo lunes que la
aviación atacaba Bashur, en el sureste turco, comenzaba la Marcha por la
Democracia, impulsada por el HDP y sectores de la izquierda del país.
Con esta nueva operación, el gobierno de Erdogan muestra, al
menos, dos facetas de su política: ahogar la crisis interna de Turquía lanzando
nuevas aventuras militares, como en Libia, donde envía armamento y mercenarios
que, hasta hace poco, engrosaban las filas de ISIS y Al Qaeda; por otro lado,
el presidente turco está convencido de que su “misión” es revivir el imperio
Otomano, anexando y gestionando territorios, como lo hace en las zonas
usurpadas en Rojava.
Aunque la Operación Garra de Águila recién comienza, la
respuesta más inmediata y concreta fue la del propio pueblo kurdo: en los
últimos días, miles de personas se encuentran movilizadas en toda la región y
en Europa. Ante el silencio de Naciones Unidas y de las potencias
internacionales y regionales, los pobladores y las fuerzas de autodefensas de
las HPG declararon que la resistencia es la única opción y que será total.
A las pocas horas de los primeros bombardeos turcos contra
Bashur, la diputada de la izquierda alemana, Ulla Jelpke, declaró que “el hecho
de que Turquía ahora también bombardea estos objetivos convierte al ejército
turco en la fuerza aérea de facto de ISIS”. Una definición
exacta del rol que cumple el gobierno de Erdogan en Medio Oriente.
leandroalbani@gmail.com
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