Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Todas las instituciones colombianas estuvieron comprometidas
con cincuenta años de guerra. Todas las políticas, programas, planes,
proyectos, manuales y directivas emitidas por el estado, llevaban la sustancia
de la guerra, se organizaban para agenciarla y convertir a los funcionarios en
agentes políticos del sistema de poder. De esta manera, no es para menos, que
sea posible señalar sin lugar a equivocación, que cientos de funcionarios con
consciencia o sin ella hicieron parte del ejercito desarmado que humilló la
dignidad de un pueblo, desde sus posiciones de ejecutivos, gobernantes, altos
directivos, gerentes, ministros, secretarios, magistrados y legisladores. El
todos resulta abstracto y extendido, pero la memoria no podrá dejarlos afuera,
a la hora de buscar la verdad para emprender el nuevo relato colectivo del país
en paz y de la sociedad con derechos libre del temor y la maldad.
Notarios que legalizaron tierras y bienes despojados y
dieron fe a falsedades; jueces que dilataron o desviaron juicios y procesos;
gerentes de salud que pusieron el dinero de la vida al servicio de la muerte;
directivas universitarias que prepararon listas de estudiantes y profesores
para ser desaparecidos, encarcelados o asesinados; alcaldes que enviaron
recursos a los victimarios y sostuvieron sistemas de corrupción con
contratistas y clientelas; gobernadores que acogieron y ofrecieron protección a
paramilitares; directores de la inteligencia del estado que ejercieron de
policía política del terror; protectores de los niños que ofertaron huérfanos
como mercancías; encargados del control que hicieron fraudes o se negaron a
investigar; ministros que alinearon recursos públicos y empréstitos para la
guerra; congresistas elegidos con violencias y sobornos; protectores de la riqueza
natural que dieron licencias para robársela; carceleros aliados con
encarcelados para descuartizar contradictores; rectores de colegios que
vendieron a sus estudiantes para ser violadas.
Militares que cazaron niños para obtener medallas unos y
días de permiso otros; personeros que ignoraron a las víctimas; directivas que
obligaron a sus subalternos a callar; encargados de justicia que extraviaron
expedientes; magistrados que le pusieron precio a sus fallos; liquidadores de
las empresas del estado exaltados por empresarios; jefes organizadores de
carruseles de cargos y puertas giratorias; tramitadores de impunidad y
negociadores de impedimentos en tribunales. Jefes de oficinas que destruyeron
pruebas y maquillaron informes; secretarios y asesores que elaboraron actas y
falsearon datos; gobernantes que abominaron la inteligencia y fomentaron la
fuerza; directivos astutos que reptando se atornillaron en los cargos e;
impostores de la buena fe abrigados por iglesias. Gobernantes todos que usaron
sus cargos para atropellar la dignidad humana de un pueblo, de un país.
Las responsabilidades son calificables, se pueden medir por
escalas de mayor a menor, unas por acción directa, otras por omisión y las
demás en connivencia. La sociedad entera, constituida por 48.654.000 personas
(populationpiramyd.net/2016), ha sido gobernada
históricamente por no más de 500 familias ascendientes de los herederos de
tierras, negocios y cargos de la colonia y adscritas a los partidos hegemónicos
tradicionales liberal y conservador con orientación ideológica mayoritaria de
derecha (ramificados en Cambio Radical, Partido de la U, Centro Democrático,
Opción Ciudadana, otros). Ellos son los principales responsables de este
holocausto y del desajuste en la democracia real, por haberse traspasado por
herencia el control del estado en medio de complicidades y de ocultar la verdad
de cincuenta años de guerra, en que adelantaron para su beneficio y el de sus
escasos asociados políticos y económicos, el mayor despojo regional, la mayor
consolidación de fortunas y en traición a su pueblo entregaron la soberanía e
independencia nacional.
Toda actuación de guerra anunciada por el estado contó con
funcionarios, comenzó y finalizó en un escritorio, en un despacho, en una
ventanilla del poder político y extendió un imaginario de desprecio y
discriminación hacia ese otro, critico, empobrecido, excluido, que recibió el
trato de enemigo, de ajeno, de inmigrante en su propio territorio. Fueron
cincuenta años de guerra en los que nadie vio nada y ahora trata de negarse a
entender que al finalizar la guerra todo deberá cambiar: instituciones,
gobernantes, familias en el poder, imaginarios -porque ya no hay enemigo si no
adversario-, leyes, reglas de convivencia, practicas electorales, ejercicios
democráticos y sobre todo la manera de reconocer que se requiere con urgencia
una idea y unos modos distintos de ser humanos.
Odio y Venganza distribuidos por las instituciones
El país entero fue consumido por el odio y la venganza
distribuidas por las instituciones, al amparo de una guerra popular y
prolongada, librada entre un estado con sesgo de derecha, tomado por pocas
familias usufructuarias del poder y una parte de la sociedad alzada en armas.
La guerra se extendió, se alargó, se deformó, se distorsionó, cruzó todos los
límites permitidos. Cambiaron las generaciones de jóvenes herederos de esos
odios y de venganzas sin tregua sobre los más débiles.
El poder político se degradó a sus máximos niveles, se metió
en la sociedad para corromperla, la compró, la cooptó, la violentó, destruyó la
solidaridad, incrustó la competencia y organizó a los paramilitares de ayer y
de hoy para sostener el poder político, la propiedad privada y el control sobre
la vida y conductas de la población con crueldad y barbarie. Las instituciones
impidieron ver que los asesinos y los asesinados eran sacados de adentro de una
misma clase social y llevados a batirse hasta regar su sangre como gladiadores
para diversión de un pueblo enajenado y de una pequeña minoría triunfante.
Tampoco dejaron ver que, de las aulas universitarias, de las
calles, los campos y los sindicatos eran extraídos los desaparecidos que
superan por miles a las cifras de terror de la operación cóndor que preparó en
las técnicas del horror y la crueldad a los generales y oficiales más
destacados del sur y centro américa para reproducir el horror de dictaduras
made in USA, sin que nadie viera. Tampoco han dejado ver las más de cinco mil
fosas comunes que superan al número de cementerios oficiales sumados de a uno
por cada municipio; no dejan ver a los más de 15000 lisiados vivos con cuerpos
incompletos, sin piernas, sin brazos, sin manos, sin orejas, sin nariz. Tampoco
a los millones de huérfanos y viudas, deambulando a expensas de un bocado de
compasión y de memoria que impida olvidarla.
La tierra madre quedó humillada en esta guerra, despojada de
sus hijos campesinos, de sus cuidanderos indígenas, de sus sagrados habitantes
afro, queda contaminada, podrida con los desechos que le deja el capital y
adormecida con el aliento de más de 200.000 muertos, todos víctimas inocentes
en un país gobernado por el odio criminal de sus elites, que por su ansiedad y
obsesión de poder colonizador no vieron que por cada combatiente caído en la
guerra hubo cinco muertos civiles indefensos y doblegados por el hambre, la
miseria, la pobreza provocada y la desigualdad en síntesis.
En los despachos públicos nadie vio nada. Cientos de
funcionarios actuaron como arpías desde los despachos, cada uno usando sus
pequeñas herramientas de poder burocrático a su alcance, para hacer cumplir el
castigo de humillación, crueldad, indolencia, señalamiento u olvido, impuesto
por las elites a sus estigmatizadas víctimas. Cada uno hizo su parte y cree que
actuó en defensa legitima de de algo, no le preocupan las consecuencias y podrá
justificar que no tenía salida o que se sustrajo del sistema de odio y horror o
que estuvo desconectado de todo para evitar la culpa y auto compadecerse
señalando que nunca vio nada, que solo cumplió encargos de otro superior como
archivar, guardar, firmar, enviar, hablar, calificar, elaborar listas, preparar
informes, citar reuniones, decidir.
Los combatientes del régimen, unos en armas, otros en los
despachos, se alinearon, siguieron ordenes, se sacrificaron según ellos por el
bien común y tomaron partido, dispararon indolencia, indiferencia y recibieron
a cambio su parte de sobrepago a la escondida o de frente, daba igual, sabían
que la impunidad esta de parte de quien esté en las listas de sus jefes.
Armados y desarmados que nunca vieron nada, porque alegan haber cumplido con
eficiencia su tarea laboral, desarrollaron nervios de acero para no sentir el
dolor ajeno y si había que sufrir lo harían en silencio, uno a uno, guardando
el honor de hombres y mujeres que conducidos ideológicamente llegaron a
renunciar incluso al control sobre sus cuerpos, sus conductas y sus modos de
asumir un sentido de humanidad, sin compasión por el otro, al que había que ver
como enemigo para no dudar, para no caer en vacilación. Abandonaron todo
compromiso ético, renunciaron a la verdad y la justicia se la dejaron de
encargo a la ley.
Actuaron en favor del estado, guardaron lealtades no a la
constitución si no a sus jefes y los jefes actuaron para su propio provecho,
convertidos en guías y líderes de una pequeña clase social privilegiada que se
hace reconocer como destinada a seguir gobernando sea en paz o sea en guerra,
el estado es su gran shopping de negocios y la tribuna para dar explicaciones
democráticas sin democracia, ni respeto.
La tragedia fue legal y ocurrió en la comedia democrática
Nadie vio nada, aunque todo ocurrió en democracia. Aunque
todo no ocurrió a la luz del día, sin dobles intereses, sin temores, sin
exclusiones ni cartas tapadas como lo exige la democracia. No hubo asalto al
poder, no se implantó una dictadura y mediante elecciones ratificaron lo que
previamente habían determinado. No hubo gobiernos absolutos, ni siquiera
autoritarios, lo que es más agrave aun, porque entonces el problema se extiende
de lo político y lo económico a lo clínico, como un asunto también radicalmente
mental, en los que guerra o paz no se diferencian.
Nadie vio que las victorias no se cantaron por el número de
nacimientos si no por el número de inocentes dados de baja, de asesinados
legalmente como se asesina a una langosta o a una araña, previamente señaladas
de enemigas. Se asesino en nombre de la patria, -no la de Bolívar, Martí o
Farabundo, si no la del pacto de ralito para refundarla, la de Mancusos,
Uribes, Gerleins, Mosqueras, Ordoñez, Vivianes, Escobares, Pastranas,
Carranzas, Lafouries, Valencias, Turbay, es decir, los de siempre
También se cantaron victorias en nombre de instituciones
donde no impera la ley si no la trampa, al equilibrio de poderes lo (co)rompe
la obediencia al capital y la independencia política es derrotada por la
clientela de cargos y contratos.
Colombia ha tenido una reproducción humana selectiva, en la
que viven como humanos completos solo cinco de cada cien; la mitad vive al filo
de la línea delgada entre estar bien y caer en el vacío y; el resto sobrevive
entre la opresión, la carencia, la necesidad y la sin salida. Lo único común a
todos es el voto que ratifica lo ya decidido en escritorios y el acceso a la
información que desinforma y enaltece el odio. La consecuencia es la tragedia
colectiva y la causa es la comedia preparada por pocos poderosos, que impiden
ver que detrás de las bambalinas con obras públicas y recursos de la nación se
pagan los votos colectivos, de pueblos, veredas, juntas comunales, sectores
sociales y en dinero efectivo o con esperanzas de futuro se pagan los votos
individuales, quedando en todo caso la sensación de que eso es la democracia y
así debe seguir funcionando.
La desinformación exalta la pureza del régimen, vende el
imaginario de que una urna trasparente es señal de trasparencia y de que un
elegido es un demócrata. Los funcionarios hacen silencio, a toda costa luchan
consigo mismos para no caer en la ruleta de los que inevitablemente tendrán que
caer para salvar al sistema. Saben que, si caen, es decir, si llegan a ver o
dejar que otros vean, serán humillados por sus jefes y acusados de algún
desorden de la genética política (corrupción, narcotráfico, cohecho, etc.) y
luego marcados como manzanas podridas y obligados a flagelarse para limpiar con
su dolor las impurezas del poder.
Nadie vio nada. Pero la paz tendrá que ser real, es un
asunto colectivo, un derecho ya conquistado que debe ser protegido y derribados
sus obstáculos. Es hora de empezar a ver, a mirar, a hacer memoria, aunque los
unos aleguen que jamás dieron ordenes concretas y los otros que apenas
realizaban sus tareas sin preguntar para qué y se empecinen en decir que
obediencia es obediencia.
Todos miraban hacia adelante, nadie hacia atrás, aprendieron
que el enemigo no era el opresor, si no el rebelde (el que para mirar lo que
ocurría de verdad debía entrar en lucha frontal contra el sistema y exponerse a
ser eliminado). Al funcionario se le enseñó que el enemigo no era el asesino,
ni era el despojador, ni era el farsante, ni era el corrupto, le enseñaron a
interiorizar que el enemigo era el ateo, el negro, el indio, el campesino, el
estudiante, el homosexual, el pobre, el crítico, el independiente, el
desobediente y le enseñaron a actuar en consecuencia, a asumir que de sus
actuaciones dependía la patria, las instituciones, la democracia y la victoria
medida con las cifras del horror y la crueldad. No importa que nadie haya
visto, es hora de empezar a ver lo que ocurrió y a predecir lo que vendrá.
P.D. Nadie vio que la campaña presidencial del
vicepresidente ha gastados 60 billones de pesos, en contratos a lo largo del
país del miedo, ni vio que la guajira gobernada por agentes políticos de su
partido, -hoy en la cárcel, prófugos y destituidos- es un territorio de
víctimas, donde a los niños y a los viejos el hambre y el olvido los mata como
a moscas, los trata como a enemigos y los culpabiliza de su dolor y de su
olvido, pero votaran por él. ¿Otra vez nadie vera nada?
mrestrepo33@hotmail.com
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