Por Juan Pablo Cárdenas S.
En Chile, la crisis sanitaria tiende a empeorar después de
tres meses de erróneas y contradictorias medidas gubernamentales que han
obligado a renunciar al Ministro de Salud. A esta altura de la pandemia es
evidente que las soluciones deben ajustarse a las condiciones de cada país y no
obedecer a alguna receta determinada provenga ésta, incluso, de la propia
Organización Mundial de la Salud. Parece estar claro aquí que las cuarentenas
dictadas por las autoridades, además, de aplicarse tardíamente, consiguieron el
efecto contrario de lo que se proponían.
En efecto, las medidas de confinamiento que afectaron a las
comunas y barrios más pobres lo que lograron fue encerrar al coronavirus con
las personas y lograr que muchos portadores del Covid 19 contagiaran a sus
seres más próximos. Cuando la mitad de la población habita en viviendas
pequeñas y precarias es absurdo que allí puedan lograrse las medidas de higiene
y distanciamiento social. De allí que el contagio se hiciera más ostensible y
hoy ocupemos uno de los lugares del mundo mal evaluados en el combate contra el
virus.
Peor, desde luego, que varias naciones europeas y
latinoamericanas respecto de las cuales Sebastián Piñera y sus colaboradores
llegaron hasta ufanarse al comparar los primeros logros chilenos con los de
aquellos países. Méritos que, finalmente, se desbarataran por las dramáticas cifras
actuales de infectados y fallecidos en relación al tamaño de nuestra población.
Porque cosa muy distinta es decretar una pandemia allí donde moran en promedio
solo dos o tres personas por vivienda; mientras que aquí se conocieron casos de
más de 10 personas hacinadas en menos de 60 metros cuadrados y con solo un
baño.
Es imposible obtener buenos resultados, además, cuando se ha
elevado en varios millones el número de desocupados y hasta el hambre afecta
ahora a miles de familias en medio de un crudo invierno. En este sentido, Chile
se ha precipitado abruptamente a las condiciones más críticas del llamado
Tercer Mundo, pero ni así La Moneda se resuelve a recurrir a los millonarios
fondos soberanos de la nación, apelar a las enormes reservas del sistema previsional
o disponer una severa rebaja a los gastos asignados a las FF. AA y a su carrera
armamentista.
Antes de cualquier otro propósito, en la lógica política de
la derecha gobernante se concibe ir al rescate de la banca y de las grandes
empresas nacionales, como que ya se habla de salvar a la aerolínea Latan de una
inminente quiebra. De paso, también el Gobierno ha desestimado fijar un
impuesto patrimonial que ayude a financiar, al menos, las cajas de víveres que
La Moneda distribuye tarde, inepta y mezquinamente entre las familias más
pobres. Una Iniciativa que intenta, dicho sea de paso, recuperar la deteriorada
imagen y credibilidad del Jefe de Estado, además de apoyar las aspiraciones
electorales del oficialismo.
En las redes sociales y medios alternativos se celebra la
caída del ministro Mañalich pero la verdad es que, en justicia, habría que
deshacerse también de su amigo y tutor Sebastián Piñera, el principal
responsable de las fallidas medidas para encarar la crisis sanitaria y social. Lo que se propondrán, ciertamente, las
movilizaciones sociales que se avizora regresarán con fuerza apenas las
restricciones se terminen, o los chilenos decidan sortear masivamente las
leoninas prohibiciones impuestas por las cuarentenas. Cada día se suman por miles
los detenidos y sancionados que burlan los controles policiales y militares,
tanto así que hay quienes afirman que extender estas mitigaciones solo
contribuye a enardecer más a la población sin obtener avance sanitario
considerable.
El fracaso de Piñera causa ya honda decepción a toda la
derecha y la cúspide patronal que lo sostiene. Todos estos actores de dan
cuenta que el proceso constitucional acordado antes de la Pandemia no puede
sufrir más dilaciones y que, más temprano que tarde, los ciudadanos llegarán a
dotarse de una nueva Carta Magna y elegir representantes más legítimos en los
municipios y Parlamento. Junto con imponer reformas económicas y sociales que
apunten a superar el peor de los trastornos que afecta a nuestra sociedad: la
inequidad y la grosera concentración de la riqueza.
La desilusión de los aliados gubernamentales es contundente.
De allí los esfuerzos de La Moneda por convocar a los sectores de la ex
Concertación y Nueva Mayoría a fin de convenir con sus partidos un acuerdo
destinado, esta vez, a evitar la nueva explosión social anunciada para la
próxima primavera. Un intento que es resistido por algunos sectores de la
oposición, pero que puede fácilmente captar voluntades entre la Democracia
Cristiana, el Partido Socialista, el PPD y otros grupos menores que ya
asumieron que el malestar social también inculpa a estos referentes, a los
gobiernos y a los principales protagonistas de la larga postdictadura.
Conforme a lo sucedido hasta aquí, se están gestando algunos
acuerdos cupulares en favor de un “salvataje”, como se dice, de la llamada
clase política. Sin embargo, también es predecible que el descontento se haga
más incontenible después de estos meses de pandemia, aunque el cambio voceado
en las multitudinarias protestas enfrente todavía peores represiones. Porque
sabemos que estos últimos meses le han servido a La Moneda para destinar
ingentes recursos a objeto de aumentar el poder “disuasivo” de las policías y
militares. Mucho más onerosos, por supuesto, que los consignados para comprar
respiradores artificiales, equipar hospitales y repartir caridad a los más
afligidos.
No hay duda de que lo prioritario para el gobierno es
perpetuar el sistema vigente. Esto es el de una democracia acotada y cercada,
con un modelo económico ultra capitalista. Algo que también está en la mente de
los sectores conversos y que en sus respectivas administraciones se dedicaron a
conservar el sistema, favorecer a las oligarquías y corromperse como sus
antecesores.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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