Por Carolina Vásquez Araya:
La postura hegemónica de un solo país ha convertido a las
Américas en territorio hostil.
La política exterior de Estados Unidos es clara y
contundente: a partir de su frontera sur, todo lo que se mueve debe responder a
sus normas y disposiciones. Para ello, ha permeado los sistemas políticos de
tal modo que no hay una sola elección de gobernantes ajena a su voluntad ni un
movimiento independentista que escape a sus amenazas e intervenciones. Y cuando
lo hay, viene el golpe de mazo para destruir de raíz cualquier intento de
disidencia. Por ello no debe extrañar la decisión unilateral –porque la debilidad
de ciertos Estados lo permite- de convertir a Guatemala, un país
centroamericano empobrecido al extremo por la corrupción y desprovisto de salud
institucional, en un gran ghetto para evitar el ingreso de población migrante
en su territorio.
Fácil. Solo bastó un puñetazo sobre la Constitución de un
país dependiente y la sumisión de gobernantes poco iluminados para hacer
realidad la peor de las pesadillas humanitarias. Sin embargo, estas movidas del
Departamento de Estado no son nada nuevo. Desde hace más de 100 años ese país
se ha destacado por ejercer una política internacional depredadora sobre
naciones menos agresivas, en cada rincón del planeta. Esto le ha permitido no
solo acumular riqueza sino también ejercer un dominio ilegítimo sobre los sistemas
políticos de otros países propiciando y financiando ejércitos paralelos,
dictaduras y golpes de Estado con el único propósito de consolidar su
influencia y garantizar los privilegios de sus monopolios industriales y
financieros.
Los resultados están a la vista. Sin embargo, a pesar de
ello no falta quien, deslumbrado por los oropeles de un capitalismo mal
entendido y peor practicado, luchan dentro de sus países por defender la
soberanía de uno más poderoso y menos solidario. ¿Cuál ha sido el resultado?
Dependencia económica, racismo, exclusión de grandes sectores de la población,
pobreza extrema y una carrera estéril hacia un desarrollo que –en esas
condiciones- jamás se alcanzará.
América Latina ya está en vías de convertirse en territorio
hostil para los latinoamericanos. Naciones que en tiempos pasados fueron
refugio de migrantes europeos y asiáticos, hoy ven con desprecio y rechazo a
sus propios hermanos quienes, azotados por la violencia y la falta de
oportunidades en sus países de origen –tal como los europeos a mediados del
siglo pasado- buscan refugio en otras tierras, pero dentro de su mismo
continente. De hecho, las actitudes xenófobas y las restricciones migratorias
se han multiplicado como espejo de las políticas racistas de la Casa Blanca y
hoy, quien es pobre y necesitado, es un extranjero indeseable en su propia
casa.
¿En dónde ha quedado la mística de Simón Bolívar, el
Libertador, quien soñaba con una América libre y soberana, pero, sobre todo,
¿unida? ¿Cómo ha sido posible transformar a países democráticos en despachos de
compañías multinacionales y encomenderos de un Estado que propicia su
destrucción corrompiendo sus estructuras políticas y administrativas? Las
actitudes racistas y excluyentes contra poblaciones autóctonas, uno de nuestros
grandes males, se han extendido como mancha de aceite hacia la población más
pobre y desprotegida convirtiendo a los países en territorio hostil para
quienes nacieron en ellos, privándola de los recursos básicos de supervivencia
y quitándole lo más valioso para cualquier ciudadano del mundo: su sentido de
pertenencia.
ROMPETEXTO: Ningún latinoamericano es extranjero en su
propio continente.
elquintopatio@gmail.com
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