Por Leandro Albani:
Entrevista a Arges Artiaga, uno de los tantos
internacionalistas que se sumó a la lucha de las fuerzas de autodefensa kurdas
contra el Estado Islámico en Siria.
Las sonrisas de los niños y las niñas es uno de los
recuerdos más fuertes que guarda Arges Artiaga cuando piensa en sus días y
noches como miliciano de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) en Rojava
(Kurdistán sirio).
Este gallego que supera los cuarenta años, un día, decidió
que no podía seguir observando, sin hacer nada, cómo el Estado Islámico (ISIS,
o Daesh) avanzaba sobre el norte de Siria, destruyendo pueblos, asesinando a
las personas e implementando una política de terror pocas veces vistas en la
historia moderna del mundo. Artiaga no vaciló demasiado para tomar la decisión.
A través de las redes sociales, se puso en contacto con The Lions of Rojava
(Los Leones de Rojava), un grupo de combatientes internacionalistas que lo
asesoró y ayudó a viajar en 2015 a un territorio que, por ese entonces, ardía
al calor de los combates entre las YPG y los terroristas de ISIS.
“Los momentos que más intento recordar son las sonrisas de
los niños que, a pesar de la miseria de la guerra, era lo que me empujaba a
seguir y seguir –rememora en diálogo con La tinta-. Pero no todos son buenos
recuerdos. He perdido una gran cantidad de muy buenos amigos, una cantidad que
me niego a contar y poner en una cifra. Gente extraordinaria de varios rincones
del mundo”.
La cantidad de internacionalistas que viajaron (y todavía
llegan) a Rojava es difícil de calcular. Pero lo cierto es que muchos y muchas
se sintieron conmovidos frente a las masacres que cometía ISIS, sin que ningún
poder internacional reaccionara por completo. También sintieron la necesidad de
sumarse a la lucha del pueblo kurdo, al que, durante varias décadas, el régimen
sirio le había negado sus derechos sociales, políticos y culturales. La
resistencia de las YPG y de las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ) se
convirtió en un faro de luz que permitía que muchos y muchas conocieran un
proceso revolucionario que todavía sigue en pie. Y hacia esa luz decidieron
viajar.
“A mediados del 2014,
prácticamente no conocía la situación en Rojava y no sabía que existía una zona
llamada así. Fue a raíz del genocidio de Shengal (cometido por ISIS en el
Kurdistán iraquí) que empecé a investigar sobre el tema –cuenta Artiaga-. Un
poco después, durante el asedio de Daesh a Kobane, decidí que ya estaba bien,
que, si nadie iba a hacer nada, yo tenía que hacer lo que estuviera en mis
manos”.
Con una experiencia militar de seis años en España, Arges
dejó sus trabajos variados –“cargando pescado en camiones en el puerto, en la
construcción o en el monte talando y plantando cualquier cosa que pagara las
facturas a fin de mes”-, le comunicó la decisión a su novia y familia, y
relegando ser “un tío normal que trabajaba duro para sobrevivir”, emprendió una
travesía con un destino difuso.
“La llegada a Rojava fue un camino largo y difícil
–rememora-. A principios del 2015, la situación era muy precaria. Daesh había
capturado una gran parte de Rojava. La relación con los kurdos fue buena en
general, puesto que los gallegos y los kurdos tenemos una cultura bastante
parecida, sobre todo, en lo que se refiere a la hospitalidad”.
Desde ese 2015, Artiaga pasó tres períodos en el norte de
Siria combatiendo contra ISIS. Su último regreso a Galicia fue en diciembre de
2017. En ese lapso de tiempo, integró la Unidad de Francotiradores 223, que
llevaba su nombre en homenaje al internacionalista australiano Ashley Johnson,
abatido durante una operación contra los terroristas el 23 de febrero de 2015 en
la ciudad kurda de Hasake. Johnson fue el primer occidental en caer en combate
reconocido oficialmente por las YPG.
Artiaga extrae de su memoria otra historia sobre un camarada
de armas. “John Gallager era miembro de la Unidad 223 y fallecido en nuestra primera
misión –relata-, salvando al resto del equipo. Fue cuando, en una misión
nocturna, un terrorista saudí, vestido con el uniforme del YPG, se acercaba al
equipo hablando kurdo y con un chaleco explosivo. John, que estaba cubriendo
ese flanco, se dio cuenta de que algo no iba bien, se puso delante y apuntó con
su arma al terrorista. Le gritaba que parase, pero el terrorista disparó
primero y John, ya herido de muerte, consiguió disparar y abatirlo. Entonces,
el resto del equipo acabó con el terrorista. John impidió que se volara en
medio del equipo”.
Antes de integrar la 223, Artiaga fue destinado a Tel Tamir,
una localidad asiria al oeste de Hasake que ISIS conquistó a principios de
2015. En el frente que se extendía a lo largo de 40 kilómetros, en una zona
conocida como la ribera de Jabur, empezó a relacionarse con los combatientes
kurdos. Al principio, las diferencias culturales, el idioma y la urgencia de la
guerra generaban ciertas barreras, pero, con el correr de los días, las
discrepancias se esfumaron.
En su segunda estadía en Rojava, de octubre de 2015 a mayo
de 2016, Artiaga se sumó como francotirador a la Unidad 223. Según relata, este
equipo tenía el objetivo de “abrir caminos” con el objetivo de llegar a
ciudades y pueblos que tenían que ser liberados. En declaraciones a la prensa
europea, Artiaga señaló que la 223 iba “como punta de lanza” y que, en poco
tiempo, “la gente del Daesh nos temía y evitaba”. “Nos hicimos un nombre y una
reputación entre los kurdos”, sintetiza. La Unidad 223 fue disuelta luego de
que las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), en las que combaten las YPG/YPJ,
liberaran de ISIS la ciudad de Manbij en agosto de 2016.
En su último paso por Siria, Artiaga participó de las
operaciones para liberar la provincia de Raqqa, donde ISIS había instalado la
capital de su Califato. Cuando recuerda lo que veía cuando ingresaba a
territorios liberados por las YPG/YPJ, las imágenes se multiplican:
“Generalmente, lo que veíamos era alegría, un gran alivio. La gente fumaba, se
afeitaban las barbas, y las mujeres rompían o quemaban los vestidos negros que
Daesh les obligaba a llevar a base de un terror absoluto”.
“No hay que olvidar que, aunque Daesh ha cometido muchos
atentados en Europa y otras partes –reflexiona-, los más afectados, con creces,
son los pobladores locales, que fueron absolutamente abandonados a su suerte,
durante años, por el régimen sirio. El mismo régimen que, al día de hoy, sigue
utilizando a Daesh a su favor como un arma de terror contra aquellos que no los
apoyan y también como una justificación internacional para bombardear sin
piedad a la población civil”.
En mucha ocasión, Artiaga combatió junto a las milicianas
kurdas que, en la actualidad, son reconocidas por su tenacidad y dureza a la
hora de enfrentarse a los mercenarios de ISIS. Para este gallego que añora sus
días en Rojava, en ningún lugar está escrito que las mujeres tengan vetada la
lucha. “Cuando estás en combate, no te importa una mierda si el que tienes al
lado es un hombre o mujer, si le gustan los hombres o las mujeres, o si le
gusta el color rojo o verde –resume de manera cruda-. Cuando las balas empiezan
a volar por encima de tu cabeza, lo único que importa es que puedas confiar en
quien tienes a tu lado y que esa persona llegue hasta el final y no te deje solo
cuando todo parece perdido”.
De su experiencia en Rojava, Artiaga saca conclusiones
concretas y simples. Al referirse al proceso que viven los pueblos del norte y
el este de Siria (amplia región liberada por las FDS y gobernada de forma
autónoma), dice que “aciertos y errores supongo que hay y sigue habiendo
muchos, pero el gran acierto es que es un movimiento inclusivo”.
En lo más íntimo y personal, el miliciano de la 223 remarca
que su decisión de viajar la tomó “con todas las consecuencias y, si tenía que
ser hasta el final, lo sería. Los motivos han ido cambiando cada vez. En la
segunda ocasión en que viajé es porque ya me sentía mucho más apegado a los
kurdos, los consideraba parte de mi familia y simplemente no podía quedarme en
casa mientras mis hermanos morían. La tercera vez que decidí participar en la
liberación de Raqqa fue una mezcla de las dos primeras. También quería estar
por todos los mártires, por mis hermanos caídos. Necesitaba acabar el trabajo”.
Al regresar a su país, Artiaga fue acusado por la Audiencia
Nacional de ser responsable de la muerte de 28 integrantes de ISIS y de “poner
en riesgo la neutralidad de España”. Más allá de cierto revuelo mediático,
finalmente, la causa en su contra fue archivada.
Aunque, en un principio, las relaciones entre los
internacionalistas y los combatientes kurdos tuvieron algunas complicaciones,
con el transcurso de los años, la llegada de extranjeros a Rojava se fue
aceitando, sobre todo, por la necesidad de barrer del territorio a ISIS. “De
los kurdos, aprendí que son un pueblo honorable y abierto –afirma Artiaga-.
Cuando un comandante que ha perdido a 30 miembros de su familia en Kobane a
manos del Daesh, te dice que hay que tratar humanamente a los prisioneros,
cualquier occidental se quedaría sin ningún argumento ante una cosa así”.
Según el combatiente gallego, los internacionalistas en
Rojava también “éramos como pequeños embajadores de nuestros países. No hay que
olvidar que más de 25.000 miembros de Daesh partieron de Occidente para
esclavizar, violar, matar y someter a la población indígena, y no hablo sólo de
los kurdos”.
“Lo que ellos
aprendieron de nosotros supongo que es ver el mundo de otra forma, fuera de los
estereotipos que pudieran tener –reflexiona Artiaga-. Hay que tener en cuenta
que la gran mayoría de kurdos, y no sólo kurdos del norte de Siria, son gente
muy pobre. Los que conseguían educarse un poco lo hacían en las escuelas del
régimen, donde les contaban una idea totalmente falsa de Occidente, ensalzando
a Adolf Hitler como un gran hombre que los depravados, drogadictos y
homosexuales occidentales habíamos acabado con él. Esto es solo un pequeño
ejemplo que cualquier kurdo de Siria puede confirmar”.
Un último recuerdo fugaz y, a su vez, profundo es cuando
otro comandante le dijo que a los kurdos “no nos importa el Estado, nos importa
la gente”. Y esa idea es una de las que marcó para siempre a Artiaga.
leandroalbani@gmail.com
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