Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Nada más peligroso para la estabilidad, la paz y la
democracia internacional, que un presidente del tipo Trump, cuyas decisiones
son a la medida de sus preocupaciones personales diarias y su discurso anuncia
todo lo contrario a la paz, la democracia y la estabilidad. Sus apreciaciones
triviales son convertidas a hipótesis exentas de validación técnica y política,
inclusive para definir quién debe vivir o morir en el planeta, sin que las
muertes de inocentes o implicados, cuenten siquiera como daño colateral. Lo que
dice es noticia que se transforma en capital y cifras a su favor.
Pero así ha sido en la américa gringa desde el fin del
genocidio de sus más de 12 millones de indígenas, asesinados por sus propios
compatriotas y que refleja consecuencias en los casi 55 millones de hispanos
inmigrantes, tratados y maltratados hoy como infrahumanos. Siempre ha ocurrido
una distorsionada mezcla de derechos humanos y economía, con expresión en que
solo es digno de ser tratado como humano aquel que tiene propiedad y riqueza
que le otorgan libertad y son su fuente de honor y respeto. Trump, es eso, un
hombre libre, un propietario al que “su américa” le consiente todo, siempre que
ocurra afuera.
Pero la otra américa,
la del sur, es distinta, diversa, a pesar de múltiples genocidios, forjó su
libertad por cuenta propia, con resistencias y rebeldías y no por efecto de
ninguna ley de abolición. Ese es su secreto para enfrentar los nuevos vientos
de guerra alentada por Trump y conducida por su club de gobernantes del sur,
que reinventan la seguridad nacional y la caduca guerra fría para llevar al
horror. A los pueblos del sur, sus organizaciones políticas y sociales,
estudiantes, campesinos, trabajadores, les queda por única opción impedir,
movilizar, resistir y oponerse a caer otra vez en la ruta de la muerte ya mil
veces ya padecida. Nadie mas que él, el
pueblo (no el estado) sabe que después de otra nueva guerra, sea interna o
entre países, nada, absolutamente nada, quedaría intacto. Nada absolutamente
nada, volvería a ser como antes.
Quedarán miles de lisiados de todos los lados, cuerpos
putrefactos botados en los caminos, riqueza perdida, bosques arrasados, aguas
contaminadas, puentes, acueductos, infraestructuras y ciudades enteras
destruidas, con migrantes no para compadecerlos si no para perseguirlos y
liquidarlos. Que nadie espere una guerra regular, pactada, limpia, con reglas,
justa, lineal, con arqueros y caballeros. Sería asimétrica, letal, con
mercenarios (contratistas), criminales de oficio, francotiradores, hackers,
paracos y drones y el terror detonaría donde menos se espera, no en las
fronteras, si no en céntricas calles, autopistas y mercados. Se extenderían el
hambre, la peste, las enfermedades y la maldad. Los señores de la guerra
probarían sus armas de todo tipo, químicas, biológicas y atómicas, que
desprendan la piel y desintegren todo menos el odio. En presente otra guerra,
traerá miseria, humillación y sufrimiento para unos y otros, por orden de
oficiales, psicópatas y parapolíticos.
La internet dejará de funcionar y, cajeros, sistemas
eléctricos y de interconexión quedarán fuera de servicio. A veces de tanto
dolor, la gente olvida lo que deja la guerra y enajenada clama y vitorea al
presidente y a sus ministros y áulicos, cuando presentan informes semanales
exponiendo cifras y cadáveres. En la guerra la inteligencia es sometida al
arbitrio de los más perversos y la poesía y el arte son tratados como
escombros, así ocurre siempre.
No es posible aceptar entonces que, por voluntad de Trump,
se quiera destruir a la américa del sur, y borrar para siempre el legado de
Bolívar, justo en el año del bicentenario de independencia. La trampa del
gobierno para reconducir a la guerra es hacer creer que hay dos américas en el
sur, una orientada por el socialismo, a la que hay que destruir y otra por el
capitalismo a la que se debe salvar. América del sur, es una sola que se niega
a ser el botín de los impacientes dueños del capital, que no logran consolidar
su segunda conquista de despojo y exterminio.
En medio de este panorama el gobierno de Colombia, aupado
por su partido, pide amontonar los muertos adentro y repartir fórmulas de
salvación afuera, son consecuentes, porque son el gobierno del No, las
negaciones a la vida, a la memoria y a la paz y en su patio corrupción,
desigualdad, inequidad y violencia, florecen al vaivén de una creciente
economía para pocos y derechos humanos recortados para muchos. Así que sí el
gobierno del No, quiere guerra y sepultar con ella el acuerdo de paz, la JEP y
la comisión de la verdad que no la haga y si la hace que no sea ni en nombre
del pueblo, ni con sus hijos en las trincheras.
Colombia está siendo irresponsablemente reconducida hacia la
guerra, por un gobierno, que a la manera de una junta administra los negocios
comunes de toda la burguesía y hace de la dignidad personal un simple valor de
cambio. Paulatinamente ha sustituido, mediante leyes y recortes sociales, las
libertades humanas, por la libertad de mercado y reducido a cada persona,
medico, abogado, ingeniero, maestro, científico, obrero, campesino o artesano a
la mera condición de servidumbre asalariada, enfrentados a una realidad sin
oportunidades, sin trabajo, sin estabilidad, sin un futuro previsible de
bienestar y felicidad, fértil para crear hábitos de indiferencia, intolerancia
y violencia que ahonden el imaginario de que todo podría ser peor y que mejor
nos ira con otra guerra.
Ese poder, esa manera de gobernar, ha sabido destruir las bases
del estado de derecho, acomodar miedos, borrar la memoria de su tragedia, negar
los hechos y recuperar la efervescencia de los odios que refrescan las
condiciones para usar las armas contra quien sea, adentro o afuera. La guerra
es su instrumento de producción más importante, de ella hacen depender las
relaciones económicas y todas las relaciones sociales en su beneficio.
El partido de gobierno lo tiene calculado, sabe que sin
guerra no puede existir y tiene claro que para sobrevivir y ganar elecciones
necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos
en todas partes. Y así lo hace, toca las fibras intimas, acude al secreto, la
moral, la cizaña, el rumor, el chisme, redescubre pasiones, crea intercambios e
interdependencias entre regiones y grupos sociales e impide que la producción
intelectual de la nación se convierta en patrimonio común de todos. Ha sometido
al estado de derecho, como Trump, al libre arbitrio de sus impulsos de poder
hegemónico. No hay fórmulas para salir de este encierro, solo existe la
necesidad vital de construir la salida en colectivo y obligatoriamente mas
temprano que tarde.
mrestrepo33@hotmail.com
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