Por: Manuel Cabieses Donoso
Para quien no conozca la triste realidad que vive el
periodismo latinoamericano debe resultar sorprendente el silencio de los medios
sobre el atentado terrorista en Caracas. CNN en español interrumpió el 7 de
agosto la transmisión del discurso del presidente Nicolás Maduro cuando este
comenzó a mostrar videos, grabaciones telefónicas, fotos, confesiones, nombres
de los detenidos y prófugos, etc. CNN daba así la pauta a la conducta que
observan los medios del continente. El Mercurio de Chile, que habitualmente
derrocha espacio para atacar a Venezuela, publicó un parrafito de una columna.
Los medios que hasta ayer exigían evidencias sobre el atentado al que aún
califican de “presunto”, ignoraron las revelaciones de Maduro. Sin embargo, la
investigación que adelanta la Fiscalía Nacional de Venezuela está descubriendo
elementos para un “plato fuerte” de un periodismo que se respete a sí mismo. Es
un bocado apetitoso incluso para la literatura y el cine. Sin embargo ha caído
en un silencio que resulta vergonzante para la profesión del periodismo.
Los terroristas apresados y a disposición de los tribunales
implican a gobiernos, partidos políticos y conspiradores de todo pelaje. Las
autoridades han pedido al gobierno norteamericano la extradición de Osman
Delgado Tabosky, financista y “piloto” -desde Miami- de los drones cargados con
C4, un explosivo plástico que los ejércitos usan en demoliciones de
fortificaciones. Se han iniciado también gestiones para extraditar a implicados
que se refugian en Colombia, en cuyo territorio se preparó el atentado con
colaboración del ex presidente Santos, Premio Nobel de la Paz (¡sic!).
Lo ocurrido solo tiene precedente en Venezuela en el
atentado con un coche bomba contra el presidente Rómulo Betancourt en junio de
1960. Lo efectuaron sicarios del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
En ese atentado el presidente Betancourt resultó con graves quemaduras en las
manos y el rostro, y murió el jefe de la Casa Militar.
Esta vez no solo se intentó asesinar al presidente de la
República sino a todas las autoridades civiles y militares que lo acompañaban
en la tribuna presidencial; a los embajadores, agregados militares y familiares
de los soldados de la Guardia Nacional Bolivariana, y a espectadores del
desfile militar. De haber tenido éxito, el atentado habría desatado una
conmoción social y política cuyas dimensiones son inimaginables.
El silencio de los medios periodísticos latinoamericanos
ante las evidencias presentadas por el gobierno venezolano, constituye una
vergüenza para lo que Gabriel García Márquez definió como “el mejor oficio del
mundo”. Los responsables, sin embargo, no son los periodistas sino quienes han
prostituido la naturaleza noble del periodismo: los amos de la prensa. Los
empresarios de la “industria” de la información han convertido a los medios en
instrumentos de desinformación y de la ignorancia que sufren nuestros pueblos.
La función social del periodismo ha sido suplantada por los intereses de
quienes manipulan los medios desde las sombras. Esta verdadera dictadura
mediática es la punta de lanza ideológica de conglomerados financieros. Cumple
la función de modelar conciencias y someterlas al pensamiento hegemónico del
capitalismo. Los periodistas, en definitiva, son trabajadores asalariados de
empresas en las que rigen las leyes de hierro de la propiedad privada.
Los amos de la prensa son temidos y reverenciados por los
políticos y los gobiernos. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que los
agrupa, fue creada durante la guerra fría. Representa a 1.300 publicaciones que
editan 43 millones de ejemplares en papel y controlan numerosos diarios
electrónicos. El denominador común de la SIP es el anticomunismo y trabaja en
estrecha colaboración con los servicios de inteligencia norteamericanos.
Los once diarios de mayor circulación en América Latina se
articulan también en el Grupo de Diarios América (GDA). Sus miembros son El
Mercurio de Chile (en realidad una cadena de 24 diarios), O Globo de Brasil, La
Nación de Argentina, El Universal de México, El Nacional de Venezuela, etc. Son
multimedios que controlan revistas, canales de TV, radios, periódicos electrónicos,
etc. Durante el gobierno del presidente Hugo Chávez, el GDA resolvió destinar
una página diaria para calumniar a la revolución bolivariana. Se sumaba así a
la campaña de Washington que desde hace casi dos décadas intenta desestabilizar
al gobierno venezolano.
El bloqueo impuesto ahora a la difusión de noticias
derivadas de la investigación del terrorismo, es un atentado al derecho de los
pueblos a la información pero a la vez constituye una afrenta al periodismo y
su código de ética que rechaza toda forma de censura y defiende el derecho a
informar y ser informado.
Salvo la honrosa excepción de la Federación Latinoamericana
de Periodistas (FELAP), que condenó el atentado en Caracas, las organizaciones
profesionales de periodistas guardan silencio vergonzoso. Ellas tienen el deber
de denunciar la censura empresarial. Junto a estudiantes y académicos
universitarios, los periodistas deberíamos convocar a asambleas para discutir
la penosa situación que de un periodismo sometido a la dictadura de los amos de
la prensa. El silencio en este caso es complicidad con el terrorismo. Tiene que
quedar claro quiénes imponen esta censura.
Director de la Revista Chilena Punto Final
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