Por Clodovaldo Hernández:
El escenario ideal para un manipulador es aquel en el que
las personas a las que se dirigen sus versiones de los hechos desean
profundamente ser manipuladas. En el caso de la oposición venezolana, los
encargados de desarrollar grandes planes de manipulación encuentran un clima
ideal porque la mayor parte de los seguidores de la oposición quieren, de
manera casi obsesiva, que les refuercen sus convicciones, por más alejadas que
estén de la realidad.
El fallido magnicidio del presidente Nicolás Maduro (que
hubiese abarcado a casi todas las autoridades de los otros poderes del Estado),
ocurrido el sábado 4 de agosto, es una prueba viva de la forma como un segmento
de la población se aferra a su “verdad”, aunque para ello tenga que recurrir a
las más retorcidas y fantasiosas argumentaciones.
Ese sector, que desea profundamente ser manipulado, cuenta
para ello con un conjunto de personajes de la política y de los medios de
comunicación y de las redes sociales, que hacen ese trabajo con gran gusto.
Las primeras reacciones ante el estallido simultáneo de dos
drones en las cercanías de la tribuna presidencial muestran lo difícil que
puede ser apegarse a la idea que se tiene del país cuando ocurren hechos que la
contradicen. Pese a esas dificultades, aquellos que tienen fe en las versiones
que presenta la derecha siempre logran encontrar el sustento para seguir
creyendo.
En el primer momento, los opositores querían creer que el
hecho había ocurrido y logrado su objetivo. Pero, cuando comprendieron que el
presidente y los otros dignatarios habían salido ilesos, prefirieron apostar
todas sus cartas a la conjetura del autoatentado.
Allí se les presentó un primer escollo porque apareció un
grupo para adjudicarse el atentado y la periodista rabiosamente opositora
Patricia Poleo les sirvió de megáfono. ¿Cómo sustentar entonces la tesis de la
farsa?
Colocados ante esa disyuntiva, los opositores disociados
asumieron unas posturas ambivalentes, similares a las que pueden analizarse en
los comunicados emitidos por partidos como Primero Justicia, Voluntad Popular y
UNT: el hecho no ocurrió, nadie lo cree, pero podría volver a ocurrir de un
momento a otro y con un resultado peor, por culpa del gobierno. Una especie de
charada o acertijo, muy apropiado para las circunstancias.
Más disonancias
No fue solo Poleo la que rompió el consenso que hubiese sido
necesario para sostener la hipótesis del autoatentado. El exdirigente de
Voluntad Popular y excompañero de celda de Leopoldo López en Ramo Verde,
Salvatore Lucchese, invitado especial a la toma de posesión de Iván Duque en
Bogotá, no aguantó las ganas de decir que él estaba en la movida. Luego, el
peruano Jaime Bayly le dio su peculiar certificado de origen al magnicidio
frustrado, señalando que él mismo había sido notificado previamente de lo que pasaría,
y que le había dado su visto bueno. En una segunda declaración llegó más lejos
aún, al confirmar que Julio Borges le había pedido a Juan Requesens interceder
a favor de los autores materiales en sus movimientos fronterizos con Colombia,
punto en el que coincidió con la historia narrada por uno de los autores
materiales.
La reacción de los opositores negacionistas del magnicidio
fue descalificar tanto a Poleo como a Bayly, a pesar de que llevan años siendo
fanáticos de sus esperpénticos programas. También calificaron de loco
pantallero a Lucchese. Algunos llegaron al extremo de acusarlos de
colaboracionistas del régimen.
Drogado no vale, no señor
Los opositores empeñados en creer la versión del
autoatentado se negaron a aceptar las pruebas presentadas por el presidente
Maduro, que incluyeron videos, levantamientos planimétricos, grabaciones de
comunicaciones en momentos previos a los hecho y las confesiones de uno de los
perpetradores, quien mencionó tanto a Julio Borges como a Juan Requesens. “Todo
es un montaje”, repetían en una especie de estado de trance, parecido al que
experimentan algunas personas cuando tocan cacerolas.
Cuando los cuerpos de seguridad detuvieron a Requesens, los
opositores dijeron que había sido secuestrado. Incluso alguno se permitió la
ligereza de calificarlo como víctima de una desaparición forzosa.
El viernes, cuando el ministro de Comunicación e
Información, Jorge Rodríguez, presentó un video de Requesens respondiendo a un
interrogatorio y confirmando que cooperó, por solicitud de Borges, con los
movimientos fronterizos de los implicados en el magnicidio, los convencidos de
la “verdad opositora” se enfocaron en una explicación de la conducta del
detenido: había sido salvajemente torturado y drogado para que dijera exactamente
lo que el gobierno necesitaba que dijera.
Esta conjetura fue lanzada inicialmente por periodistas e
influencers que no tienen nada que perder en materia de credibilidad porque se
divorciaron de la verdad hace muchos años, pero luego fue repetida hasta la
saciedad por miles de opositores comunes, incluyendo gente de alto perfil
profesional que sabe perfectamente que algunas drogas pueden privar a la
persona de su voluntad, adormilarla, causarle amnesia temporal y otros
malestares, pero no existe ninguna que la haga hablar según los caprichos de
sus interrogadores. De existir, los países más “avanzados” no se gastarían
fortunas en procedimientos brutales de tortura como los que se practican en
Guantánamo y en cárceles secretas de la CIA en diversos lugares del planeta
para arrancar confesiones a supuestos terroristas.
Valiente, valiente
En medio de una situación polémica, un sector del público
puede recibir indicios o pruebas muy contundentes de algo y creer exactamente
lo contrario, porque esa es la verdad que quiere creer. A este fenómeno es al
que se ha denominado últimamente posverdad. Probablemente ha existido siempre,
pero se ha acentuado en tiempos de las redes sociales, de la difusión masiva de
imágenes en tiempo real. Esto no deja de ser una paradoja, pues la gente ve los
acontecimientos mientras ocurren o pocos segundos después, desde múltiples
tomas, pero termina asumiendo como cierto solo lo que desea creer.
Quien tenga dudas acerca de esto, puede analizar el caso del
video del diputado Requesens semidesnudo, sin hematomas, heridas ni quemaduras,
pero con un calzoncillo que parece estar manchado de excrementos. A partir de esa imagen, los influencers y
medios de comunicación de la derecha edificaron una historia épica según la
cual mostraba señales de haber sido severamente torturado. La difusión de esas
imágenes habría sido iniciativa del mismo gobierno, para humillar al dirigente
detenido. Toda la maquinaria manipuladora se lanzó a denunciar los pavorosos
abusos contra el inocente secuestrado por la dictadura. La gente interesada en
creerlo, se tragó con gusto dicha trama.
Horas después de que el video se hiciera viral, circularon
informaciones que apuntan a señalar a Rafaela Requesens, hermana del diputado,
como la que originalmente lo difundió con la finalidad de victimizarlo. Por
supuesto que esta posibilidad no fue creída por la militancia opositora de las
redes sociales. “Le hackeraron la cuenta a Rafaela”, dijeron. “Otra canallada
de la tiranía”.
clodoher@gmail.com
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