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viernes, 31 de agosto de 2018

La plaga del comercio especulativo

Por Gabriel Jiménez Emán:
En la Venezuela actual, muchos comerciantes de bienes básicos se plantean el asunto en términos de comprar barato y vender caro; de obtener la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo. Hacer un comercio especulativo por cualquier medio: remarcar precios, revender productos, contrabandear a través de las fronteras. Si esto no te da resultado se apoyan en una moneda extranjera como punto de referencia, en un dólar paralelo que sube y sube cada día a fin de que las ganancias especulativas se eleven hasta límites estratosféricos, aunque ello implique el desfalco del salario de los trabajadores y el empobrecimiento de su poder adquisitivo, creando desconcierto, carencias y hambre en la población. Cuando se intenta dar una explicación racional a este fenómeno y no se la encuentra, lo más fácil entonces es echarle la culpa de todo al gobierno, descargando en él toda la responsabilidad. Cuando apenas suben los sueldos y salarios de la administración pública en seguida los comerciantes se ponen de acuerdo para subir los precios de los productos de primera necesidad, lo cual significa que estos aumentos no elevan en verdad la capacidad adquisitiva de las personas, sino que esos beneficios van a dar casi netos a los bolsillos de los comerciantes.


Tales comerciantes han estado asociados históricamente a un gremio empresarial llamado Fedecámaras, donde se decreta buena parte de la política comercial, que a la vez aspira disfrutar de divisas preferenciales para hacer importaciones en cualquier rubro; es decir, pretenden utilizar al Estado para enriquecerse, pero eso sí, hay en mercados y abastos todo tipo de productos nacionales e importados y a veces hasta una superabundancia de productos importados como vinos, licores, enlatados, chucherías, y también ropa, electrodomésticos, productos de limpieza, autopartes y una inmensa gama de marcas a precios astronómicos.  La creación de grupos corruptos y mafias da origen a una burocracia parasitaria que poco a poco va minando los cimientos del comercio lícito.

Antes, sólo había que formar parte de un partido político o tener algún relacionado en las altas esferas del gobierno para solucionar las cosas. Así se fueron creando las mafias. No es suficiente hacer estudios, tener grados académicos,  conocimientos o amplia experiencia en los terrenos técnico, laboral o profesional para ocupar un cargo, sino tener a alguien “enchufado” en el gobierno, alguien con influencias que pase por encima de todos los requisitos legales o normas de una gestión para tener una determinada responsabilidad en una institución, empresa o proyecto del Estado.

Y ahí empieza todo. Una vez dado ese paso, vienen los siguientes: la adulancia a los jefes, la ausencia de crítica, la participación de varios miembros de una familia en cargos públicos en una misma institución (nepotismo), las complicidades automáticas para hacer negocios “pequeños” que a la larga se traducen en cuantiosos beneficios para unos pocos grupos, y esto se hizo costumbre. Proliferan las empresas fantasmas (también llamadas de maletín) que permiten hacer contratos desde las gobernaciones o alcaldías para construir calles, carreteras, plazas u otras obras civiles, cuyas comisiones van a parar a los bolsillos de los contratistas, de mutuo acuerdo con las autoridades locales.

Estas prácticas pretenden convertirse en algo normal. Quien no siga este esquema es considerado una persona estúpida; un individuo tonto, no apto para ocupar un cargo público. La honestidad es considerada una tontería; la rectitud moral algo sin importancia. Es el imperio del vivismo, del “echao p’alante”, del aprovechador. Lo demás son patrañas, cuentos de camino. La educación palidece frente a la habilidad para los negocios; el arte y la cultura  frente  a la farándula, la TV o el entretenimiento; la sensualidad erótica frente a la pornografía; se va erigiendo poco a poco un imperio del consumo compulsivo que tiene al sexo, los vicios y al dinero fácil como norte, y con ellos a las drogas fuertes, máximos potenciadores de los placeres, además de constituir las drogas por si mismas una economía paralela, un negocio redondo para las mafias; la sociedad se va hundiendo en un hedonismo sin precedentes, en un facilismo que se va haciendo norma, calcado de los modos de actuar y ser de los Estados Unidos: un país cuyo sistema desde un principio pone énfasis en la acumulación de capitales en manos de unos cuantos empresarios y bancos que hacen pactos tácitos con gobiernos sumisos.

Muchas empresas nacionales se convirtieron en multinacionales y se fueron adueñando de todo: no sólo de los bienes de consumo sino del pensamiento de esos consumidores a través de un nuevo agente: la ideología. Una ideología escrupulosamente construida mediante arquetipos y símbolos extraídos de los más insólitos arsenales de occidente: el calvinismo, el monroísmo, el keynismo y un delirante constructo para la dominación mundial que echó mano de la tecnología y la propaganda mediática y dio origen a la tecnocracia y la burocracia, las cuales a su vez fueron dando al traste con cualquier indicio de ética y de espiritualidad. Aquí el concepto de espiritualidad debe ser entendido no como el practicado por las religiones; sino por un conocimiento panteísta y universal en conexión con las fuerzas originarias que dominan el planeta, con la energía ancestral de la tierra y todo lo que ella representa y dona.

Por años, el aparato productivo del país estuvo en manos privadas, y ahora pretende dictar las pautas económicas a seguir, les pone a los gobiernos condiciones que deben cumplirse so pena de perecer frente al gran sistema capitalista mundial, cuyas características han sido siempre un gran desprecio hacia la clase obrera, cada día más empobrecida, que labora de modo alienado para enriquecer a una clase media despilfarradora y a una clase alta profundamente racista. La prueba de ello está en los permanentes maltratos a afroamericanos, hispanos, indígenas, campesinos, sexo diversos, mexicanos o chicanos que han vivido en EEUU en condiciones infrahumanas, empleados en una mano de obra barata en fábricas y maquilas en las zonas fronterizas. Lamentablemente estos modelos se han seguido en otros países de América Latina y los resultados han sido nefastos.

La mayoría de las transacciones comerciales que se han realizado en Venezuela  bajo el modelo explotador han servido para todo, menos para crear una economía productiva propia que desarrolle el agro, la ganadería o la pesca o lograr una infraestructura fuerte para todos estos rubros. Se han dilapidado recursos debido al mal manejo de los proyectos y a una ausencia de seguimiento y control de los mismos; muchos comerciantes  renegocian los recursos otorgados y ello genera una fuga de divisas que va empobreciendo al país, dejándolo desabastecido, con los rubros básicos en manos de unos comerciantes que remarcan, revenden y contrabandean sin el menor escrúpulo. Se han puesto muchos de ellos de acuerdo con mafias financieras del exterior para crear una inflación absolutamente delirante que ha tenido en ascuas a la población en los últimos meses, creando situaciones de hambre y angustia, con la complicidad de un buen número de políticos de extrema derecha que han hecho lo imposible para procurar el derrocamiento del gobierno venezolano a través de todos los formatos posibles: guarimbas, sabotajes a los sistemas eléctricos y de comunicaciones, falsos positivos, asesinatos, helicópteros sobrevolando edificios del Estado y recientemente atentando con un dron explosivo contra el presidente constitucional Nicolás Maduro, el alto mando militar y los ministros.

Fallan por todos estos medios mientras el gobierno idea salidas a la crisis mediante distribución de cajas de alimentos, bonos especiales, misiones, programas de atención, para ahora implementar una acertada medida de carácter estructural del bolívar soberano –anclado a la criptomoneda el petro– para impedir la inflación, la fuga de divisas y el robo descarado de nuestra gasolina desde Colombia. Ha sido muy triste constatar cómo el gobierno del vecino país ha urdido una trama siniestra para conspirar contra Venezuela, no sólo desde el punto de vista económico sino también político, hasta el punto de crear allí un tribunal paralelo para juzgar y descalificar a nuestras autoridades civiles y militares. La ex fiscal y el ex presidente de Pdvsa huyeron del país cargando con cuantiosas sumas de dinero y ahora culpan al gobierno de toda ésta situación apoyando los actos terroristas perpetrados contra la República, mientras los comerciantes hacen su parte a través del sabotaje, el contrabando y una inflación inducida apoyados en el dólar today. Han cumplido un papel vergonzoso en los recientes acontecimientos de agresión contra un pueblo que desea vivir en paz y sacar Venezuela adelante, con trabajo honesto y organización social. Con estas dos herramientas será posible echar andar el país por un camino de equidad social, y no precisamente valiéndose de un comercio dictado desde afuera con parámetros criminales que atentan contra la subsistencia de la ciudadanía.

Creo que todo gobierno debe trabajar sobre sus prioridades, y las de Venezuela desde hace tiempo son las de abastecimiento de comida en todos los niveles. La política de viviendas ha sido acertada, tanto como la de reconocimiento al sector del trabajador informal, adultos mayores, discapacitados, sexo diversos y sobre todo de la presencia de la mujer en los asuntos públicos y de Estado, así como el deporte y la cultura, han tenido en nuestro país plena afirmación, sobre todo de los saberes populares y tradicionales; sin embargo, los recursos del petróleo no han sido invertidos plenamente en el desarrollo del aparato productivo y ello ha generado un déficit lamentable que debemos salvar a la brevedad posible.

Soy consciente de que el Estado no puede asumir por si solo la completa responsabilidad de la producción del país, pues se atrofiaría, pero sí puede coordinar un programa nacional para la recuperación de una economía pujante con el concurso de empresas grandes, medianas y pequeñas desde una perspectiva socialista y un compartir comunitario más humano, más cercano a los valores de nuestra cultura de la tierra. Entre todos podemos construir patios productivos, solares, terrenos para sembrar nuestros hermosos frutos: la fértil tierra está ahí aguardando por nuestras manos cariñosas, por nuestra voluntad de hacerla florecer. “¡Salve fecunda zona”! exclamó el padre de nuestra literatura, el maestro Andrés Bello, al observar la bondad y la belleza de esos frutos que nos brinda la madre natura en la zona tórrida, y los convirtió en un grandioso poema que ha sido el origen de la lírica americana. Vamos, pues, armados de cultura, arte, inspiración y respeto al encuentro de nuestra amada tierra para hacer de Venezuela un país de ejemplo para el mundo.
http://www.ensartaos.com.ve/la-plaga-del-comercio-especulativo-por-gabriel-jimenez-eman/

 © Gabriel Jiménez Emán

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