Por Carolina Vásquez Araya:
Guatemala necesita un sacudón político para derribar las
viejas estructuras.
El sistema creado por las organizaciones criminales
ensartadas en la institucionalidad del Estado guatemalteco –incluido el núcleo
formado por el presidente y sus ministros- les permitirá continuar cometiendo
actos de corrupción en tanto no exista una oposición ciudadana capaz de romper
el cerco de la impunidad. Para ello, resulta indispensable derribar las
barreras del miedo y la indecisión, así como asumir que sin participación y
exigencia desde el ámbito civil solo se consigue ceder espacios de poder con la
consiguiente pérdida de oportunidades de desarrollo para el país.
Algo al parecer incomprendido por la población urbana y
ladina es el poder de la unidad y la necesidad urgente de un trabajo conjunto
desde distintos sectores para construir objetivos comunes a toda la ciudadanía,
sin excepción alguna. Las estrategias divisionistas de quienes se han
aprovechado históricamente de los beneficios y las riquezas nacionales han dado
resultados y crearon una nación fragmentada en constante enfrentamiento,
permeada por prejuicios racistas y conflictos de clase. Justo el cuadro ideal
para dominar económica y políticamente a todo un país.
Tanto como un ejercicio de unidad nacional, es importante
comenzar un proceso de análisis de todo el marco jurídico cuyos resquicios han
permitido la clase de abuso extremo presente en el gobierno actual y en las
anteriores administraciones. El saqueo y las negociaciones ilícitas (pero
legales) han debilitado a tal punto la integridad del Estado y sus recursos,
que para recuperar lo perdido se necesitarían varias generaciones de
gobernantes abiertamente revolucionarios. El subsuelo y sus riquezas, vaciados
con total impunidad por compañías extranjeras asociadas con empresarios guatemaltecos
que han vendido a su patria para enriquecerse a niveles obscenos, constituye un
bien colectivo cuya explotación debería estar sujeta a procesos de consulta
nacional y sistemas transparentes de gestión.
Los acontecimientos recientes, entre ellos la inconcebible
actitud del gobierno guatemalteco frente a la separación de las familias en la
frontera estadounidense y su perversa indiferencia ante la tragedia humana
derivada de las erupciones del volcán de Fuego marcan, sin lugar a dudas, un
límite a la pasividad de la ciudadanía y ponen de manifiesto la necesidad de
sacudir de una vez por todas el complejo de “subordinación a la autoridad”,
especialmente cuando esa autoridad ha dejado de serlo para transformarse en el
peor de los enemigos de la nación y sus habitantes. Lo mismo sucede respecto de
un sistema económico basado en los moldes medievales de explotación de los más
pobres para beneficio de los más ricos.
Guatemala posee todos los atributos para salir del actual
estado de colapso político y económico. Tiene ciudadanos de enorme valía, cuyas
capacidades bien aprovechadas representarían un nuevo renacer. Pero eso exige
un esfuerzo ciudadano para romper barreras, recuperar cuotas de poder, cerrar
divisiones étnicas y comprender que sin unidad será virtualmente imposible
enfrentar a las mafias enquistadas en el Estado.
Las nuevas generaciones de guatemaltecos merecen ese
esfuerzo y mucho más para dejar de ser las víctimas de un país que los expulsa
de su tierra y los empuja a enfrentar las vicisitudes de una emigración tan
injusta como peligrosa. Guatemala es un país rico y podría ofrecer a sus
habitantes un futuro promisorio, para ello bastaría un compromiso de quienes,
con la capacidad y ética necesarias, pueden erradicar los males que hoy la
tienen en la lista de los países peor catalogados.
Las nuevas generaciones merecen un esfuerzo ciudadano real y
concreto.
elquintopatio@gmail.com
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