Por Carolina Vásquez Araya
El planeta sufre un deterioro amplificado por nuestra
dejadez.
Cerca del Día de la Tierra, incendios devastadores acabaron
en Guatemala con grandes extensiones de bosques peteneros. La dimensión del
problema tomó por sorpresa a un Estado mal equipado y poco eficaz, por lo cual
nada pudo evitar la inmensa pérdida de vida en ese hermoso territorio. Los
incendios forestales son muchas veces eventos naturales y propician el
crecimiento de nuevos bosques, en un ciclo de vida ya programado por la naturaleza.
Pero no siempre es así, muchos de ellos –como los recientes en El Petén- son
provocados por manos criminales con motivos ajenos al interés nacional y
arrasan bosques nativos llenos de vida silvestre y especies en peligro de
extinción, solo para explotación agrícola o crianza de ganado en grandes
extensiones de áreas protegidas.
El tema de la degradación ambiental y el calentamiento
global, en donde nos sumergimos a una
velocidad creciente, no es un asunto secundario entre los temas de mayor
impacto dentro de la política internacional. Todo lo contrario, representa un
llamado de atención sobre el peligro de acabar con los pocos recursos de
supervivencia disponibles para la humanidad, la cual aumenta en número
experimentando a la vez un deterioro creciente de su calidad de vida. Los
distintos ecosistemas comienzan a mostrar los efectos de una administración
humana deficiente, codiciosa y agresiva contra la vida en los mares y en los
continentes, al construir un sistema depredador cuya única finalidad es la
acumulación de riqueza para un puñado de naciones industrializadas y sus
compañías multinacionales.
En realidad, para reducir el impacto de la presencia humana
en la destrucción del entorno natural y la ruptura del equilibrio ecológico,
solo haría falta sensibilidad y educación, pero sobre todo políticas globales
adecuadas a la realidad. A nivel local, las medidas represivas no son efectivas
si las personas carecen de conocimiento y, por ende, de conciencia sobre la
importancia de proteger a las especies, de reciclar lo reciclable, de amar su
territorio al punto de conservar sus características naturales con el único
propósito de hacer posible un estilo de vida amigable con el planeta.
Un proceso educativo indispensable para retomar el control
de la protección ambiental debe acudir a las fuentes de la relación del ser
humano con su entorno natural en las culturas antiguas. Esa fue una fuente
permanente de sabiduría, un inacabable tratado de medicina, una rica veta de
conocimientos que ayudaron a las comunidades a crecer y desarrollarse, muchas
veces en paz y armonía. Las crisis ambientales de la actualidad podrían
considerarse la consecuencia lógica de la ruptura de esa armonía con la
naturaleza. El ser humano ha desafiado con su irracional arrogancia las leyes
del universo y se empeña en la insensata tarea de destruir la fuente de su
propio sustento.
ROMPETEXTO: Al destruir los bosques se compromete y afecta
más que la integridad de un territorio determinado.
Elquintopatio@gmail.com
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