Por Carolina Vásquez Araya
Es aterrador el linchamiento moral desde una sociedad
cargada de prejuicios
La decisión de poner bajo arresto domiciliario a los
funcionarios señalados por el Ministerio Público por su responsabilidad en la
muerte de las 41 niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, ha de resultar
satisfactoria para una buena parte de la ciudadanía. Esta suposición –personal,
claro- se basa en comentarios abundantes en medios digitales y redes sociales
en donde se vierte toda clase de opiniones.
Ese interesante escaparate provisto por las nuevas plataformas
tecnológicas ha dejado ver, sin censura ni moderación, las más implacables
manifestaciones de desprecio por la vida de las niñas y el papel de sus madres
señaladas como únicas culpables por su triste destino.
¡Cuán agradable y purificador ha de ser extender desde la
trinchera de una intachable moral- la mano impoluta para condenar a los otros!
Porque no cabe duda de que el juicio lapidario ha de surgir de una práctica
cristiana transparente desde la cual se asume el derecho de señalar a los
semejantes sin mediar el necesario filtro de la empatía. Es ilustrativo
detenerse frente a esa vitrina y observar el flujo oscilante de la opinión
pública, cuyo vaivén demuestra la persistencia de la visión patriarcal y
clasista de una sociedad cuyos valores continúan íntimamente ligados a sus
prejuicios, porque quizá eso ayude a entender mejor cuáles son los profundos
fosos culturales que separan a la comunidad.
Para arrogarse el derecho de emitir una sentencia como
aquella tan recurrente de “las madres tienen la culpa por la conducta de sus
hijas” o “esas niñas no eran ningunas princesas” es preciso, primero, hacerlo
desde una sólida autoridad moral y, segundo, conocer a fondo las circunstancias
por las cuales esas niñas fueron separadas de su familia para ser internadas en
un sitio lóbrego y carente de las condiciones mínimas para resguardar la vida y
la seguridad de los niños, niñas y adolescentes.
Las instituciones actúan bajo la premisa del quehacer
burocrático per se. Es decir, no hay sentimientos involucrados ni la
sensibilidad humana necesaria para responder a las necesidades de un sector que
–como la infancia- sufre de un profundo abandono y una total falta de
personalidad jurídica. Por lo tanto, las decisiones de jueces y autoridades
están teñidas de un cierto desprecio y, por supuesto, de una distancia
patriarcal suficientemente amplia como para convertir esas situaciones de
enorme complejidad en simples casos a resolver con una orden judicial.
Las niñas del Hogar Seguro, al igual como todas las demás
niñas, niños y adolescentes de innumerables “hogares seguros” dependientes de
una institución del Estado, son apenas poco más que objetos desechables.
Resulta evidente el incordio que representan para un Estado poco solidario y,
sobre todo, al cual no se le exige responder por sus acciones. Las 41 niñas
víctimas de una muerte atroz pasarán a contabilizarse como un “episodio”, tal
como ha sucedido con los estudiantes de Ayotnizapa en México, un tropiezo del
sistema.
Uno de los comentarios más crudos y certeros que he
escuchado después de la tragedia del 8 de marzo, fue de una mujer: “el 9 de
marzo todos fingieron que les importaba” y así parece haber sido. Una ficción,
un estallido de emociones tan breves como breve es la noticia. Así es como
funciona la sociedad, por capítulos, para no sentir demasiado ni involucrarse
en donde no le alcanza la empatía. Además, las niñas tenían familia y eso
facilita el desprendimiento emocional, aquel mecanismo tan útil para seguir
hacia delante sin volver los ojos para no sentir el peso ominoso de la
violencia que nos persigue a todos.
ROMPETEXTO: Es más cómodo no querer saber, no querer sentir.
Pero el peso de la realidad nos persigue a todos por igual.
Elquintopatio@gmail.com
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